Asia
Sombras de Hiroshima
Durante años la comunidad internacional ha sufrido con la certeza de que la pesadilla nuclear en el extremo de Asia era perfectamente identificable y acotable: un paranoico Kim Jong Il y su adicción a los experimentos para obtener la bomba. Como en el 11-S, en este nuevo desafío global a la seguridad que se presenta en Fukushima, no en forma de atentado sino de accidente, la imaginación ha vuelto a fracasar. Hace ya una década, y a pesar de que Al Qaida había intentado echar abajo las Torres Gemelas sin conseguirlo, nadie previó que los yihadistas volverían a intentarlo utilizando aviones como misiles, pero así fue y sus planes, al final, triunfaron.
Tampoco aquí se anticipó que en una región del mundo sobre la que recae, como una maldición divina, el látigo de terremotos y tsunamis, esos castigos de la naturaleza podrían terminar violando todos los sistemas de contención de una planta nuclear, devolviendo a la Humanidad a los más negros episodios de su historia contemporánea. Pero ha ocurrido y el Mal se ha presentado con un rostro desconocido.
Paradójicamente, no un Estado gamberro como Corea del Norte sino un aliado fiable y querido como Japón va camino de convertirse en un tormento para el mundo libre. Padecerá el desgarro de las secuelas masivas y llevará la inestabilidad a la economía internacional en una escala todavía desconocida. Lo que es peor, revivirá psicológicamente y a cámara lenta las sombras de Hiroshima.
En esa nación se sigue recordando que, tras el estallido atómico, en los muros de muchos edificios quedaron plasmadas las sombras de carbón de miles de personas desintegradas ipso facto.
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