Asturias

Un pueblo maldito

En 2004 fue asesinada en Degaña, un pueblo minero de un centenar de habitantes, Sheila, de 22 años. Ahora un hombre ha matado a machetazos a tres miembros de la familia de su ex mujer.

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El teléfono quiebra el silencio que reina en casa de los Barrero. Y también el sosiego que se ha apoderado de Degaña, una parroquia asturiana en la que poco más de un centenar de vecinos convive al pie de las montañas. Los periodistas hemos vuelto a ubicarlos en el mapa. ¿El motivo? La consecución de una tragedia inexplicable, el brutal asesinato de tres miembros de la familia de Silvia Brugos a manos de un ex marido resentido, ha reabierto una vieja herida que, en realidad, nunca cicatrizó. La familia Brugos tiene fe en la Justicia. Los Barrero no, pero siguen luchando. La familia Brugos puede señalar a su asesino. Los Barrero no, aunque creen conocerlo. Ambos hogares, a los que une una buena amistad, están ahora también hermanados por el dolor.

El 25 de enero de 2004, una bala separó a Elías Barrero y Julia Fernández de su hija Sheila, de 22 años. Licenciada en Turismo, la joven se quería sacar «unas pesetas» trabajando los fines de semana en un bar de Villablino (León), a unos 20 kilómetros de casa. La noche del viernes, Borja, un chico con el que estuvo saliendo, se presentó en el local. «Sheila iba a retomar la relación con su anterior novio. Iban a ir a Tenerife esa semana», relata su madre, Julia. «Ese viernes, Borja fue al bar. Sheila, ni le servía las copas ni se hablaba con él. Allí la trató muy mal, la insultó y la hizo llorar. Y era muy difícil hacerla llorar», cuenta. Su cadáver fue encontrado al poco rato en las inmediaciones del Puerto de Cerredo, dentro de su coche. Sheila regresaba a casa. La habían disparado en la cabeza.

Seis meses después, Borja fue detenido. Elías y Julia lo veían claro. Había dado positivo en las pruebas de balística. «Daré positivo porque antes del crimen estuve de caza», dijo él. «Pero los test descartan que los restos en sus manos sean de pólvora: son de cartuchería metálica, y de los mismos componentes que el casquillo hallado en el coche de Sheila», apunta Julia con convicción. Había más indicios. Pero de poco sirvieron. El joven sólo fue imputado. El juez decretó su libertad provisional sin cargos. Lo que más dolió a Elías y a Julia fue que se enteraron por la Prensa. «El abogado ya adelantó a los periódicos que el caso se iba a archivar», recuerda Elías.

Ahora, siete años después, un triple homicidio. Sólo hay que subir unas escaleras desde el hogar de los Barrero para presentarse en la puerta de los Brugos. «Esto acabó de matar al pueblo», dice Elías. «Era un pueblo alegre, tranquilo, ahora todo se desencaja. Sales y no ves a nadie. La gente va mirando el suelo. Antes, salí a la huerta y me pasé a otro camino para no cruzarme con nadie», confiesa. Eran las 8:00 horas del lunes cuando Elías notó el revuelo. Pasó la cinta de seguridad. «Algo le pasó a la chica de los Brugos», le dijo un guardia. «Vino un loco y hay dos o tres muertos», añadió. José Manuel Álvarez, de 42 años, se había presentado unas dos horas antes. Destrozó el coche de la familia, incluso pinchó sus ruedas. Armado con un machete, se llevó por delante a Manuel Ángel Brugos, de 61 años, Roberto Brugos, de 33, y Jorge Marqués, de 38. Eran, respectivamente, el padre, el hermano y el novio de Silvia Brugos, concejala electa del PSOE en Degaña, y que se encontraba en trámites de divorcio de José Manuel tras dos años de separación. Ella era el objetivo, pero sobrevivió al ataque. Al igual que su madre, Isabel Rodríguez. Los niños estuvieron presentes. «¡Papá, pero qué haces!», gritaron. Su padre les había dejado horas antes en el lugar del crimen. Habían pasado con él el fin de semana.

«Quería pasar página»
«Este desgraciado vino y nos acuchilló a todos». Éso fue lo que dijo Silvia cuando llamó a Vicky, secretaria general del PSOE en Degaña, sobre las 5:45. Y es que Silvia, elegida concejala en las pasadas elecciones municipales, es la «sustituta» de Vicky. Ésta dejaba el cargo y se lo propuso. «Ella estaba implicadísima en el proyecto. Empezó una nueva vida. Encajó muy bien con sus compañeros. El domingo estaba feliz. ¡Cuánto habrá pasado con este asesino el tiempo que vivió con él!», dice. Antes de aquella noche, Silvia había soportado mucha presión. Una vez, José Manuel los siguió en coche a ella y a su novio y les pinchó las ruedas. La concejala no quería salir sola de casa. «La llamaba, la insultaba, y ella tragaba. ¿Que tenía que haber denunciado el entorno? Ahora es tarde». Y si aguantó, fue por sus hijos. «Quería pasar página, ser dueña de su vida», puntualiza.

«No te lo puedes ni creer», dice Elías. Pocos días antes, estuvo tomando una cerveza con Manuel Ángel. Habían sido compañeros en la mina de Cerredo. Compartían el mismo relevo y el cuarto de aseo. De hecho, «algunos hermanos suyos era como si fueran míos». Y también fue compañero del asesino. «Le tuve de vigilante durante 13 años. Hablando con un profesor suyo, me dijo: "Nunca me gustó el carácter de ese rapaz". Ya de pequeño era muy duro, muy seco, caía muy mal. Yo era su superior, y si le pedías algo, te miraba como diciendo: ¿quién eres tú?». Hay que tener en cuenta que, salvo los comerciantes, la mayoría de habitantes del concejo han pasado por la mina. «¿Los mineros? Sé que tienen muy mala fama. Pero entre nosotros hay solidaridad. Se dice que, cuando uno se prejubila, se dedica a beber, a golfear. Pero cuando tienes un compañero minero, lo tienes mientras vivas». Esa etapa, la de la prejubilación, era la que le tocaba ahora a José Manuel, merced a un ERE. Económicamente no le iba a ir mal. «Un prejubilado gana más que trabajando. Iba a cobrar unos 3.000 euros al mes», calcula Elías. La mina era más dura cuando él era joven.

La vida de los Brugos y los Barrero gira en torno a la Justicia. Así lo cree Isabel, madre de Silvia y superviviente del ataque: «La Policía es la que tiene que resolver, y el juzgado, el que tiene que hablar. Es la Justicia la que tiene que poner fin a esto», comenta al otro lado del teléfono. «Las heridas no duelen, duele todo lo demás», alcanza a añadir.

«Justicia para Sheila»
Unos 30 kilómetros antes de llegar a Degaña puede leerse una pintada en unas rocas: «Justicia para Sheila». El forastero que llegue a la parroquia encontrará idéntica petición en una fachada. Los carteles que piden colaboración ciudadana continúan pegados, pero muy ajados. «La Justicia está a la espera... pero, ¿a la espera de qué? Sólo si llega un señor diciendo: "fui yo''… Pero, ¿quién va a venir después de siete años? Algo tiene que haber para poder reabrir el caso», se lamenta Elías, ante la foto de Sheila que preside el salón.
Elías y Julia se encadenaron en los juzgados de Cangas de Narcea. Sus hijos Elías, Rubén y Mónica acudieron a la unidad de psicología de la Guardia Civil en Madrid para que chequearan los tests realizados al imputado. Se reunieron con el delegado del Gobierno en Asturias, con el fiscal de la Audiencia de Oviedo y con el responsable de los jueces de la provincia. Julia acampó durante un mes ante la Audiencia. «El delegado del Gobierno y nuestros abogados nos dieron toda clase de esperanzas», dice Elías. De eso hace ya dos años. «Pero vamos a seguir. Y puede que más duros. Julia quiere hacer una huelga de hambre en septiembre», añade. «A mí no me importa morir», asegura ella.

Es jueves, han pasado tres días desde el crimen, y una espesa niebla se cierne a la entrada de Degaña. Como todos los días, Elías tenía planeado salir al monte. «¿Sabes por qué salgo adelante? Tengo un tractor. Salgo con mis dos perros, como un bocado y bebo un vaso de agua». Eso le da la vida.

Un renegado en la mina
En Caboalles de Abajo (León) se mezclan los rumores, lo leído en la prensa y lo que ya se comentaba desde hace años. Que si José Manuel tenía problemas con las drogas, que si estaba siendo tratado tras su separación... Esta semana, familiares suyos custodiaban la casa donde vive Manuela, su madre. Ambos compartían techo. Y en estos años, ha ejercido de abuela con tesón. «Llevaba la Iglesia a sus nietos», apunta un vecino. «Comprendo todo lo que están sufriendo, pero nosotros también lo estamos pasando mal», dijeron sus allegados. «Entended que había perdido a su marido, y ahora también a su hijo único», añadieron. A José Antonio se le conocía como el «hijo de Abel», minero como él. Pero también como el «renegado», una burla de los mozos del pueblo, que le comparaban con Lorenzo Lamas –protagonista de una serie del mismo nombre– cuando iba con su moto a cortejar a Silvia.