Barajas
El Camino de Génova
Se abre un período confuso y difícil para el Partido Popular. El Camino de Génova tiene más peregrinos que el de Santiago o el de Santo Toribio, enclavado en el portento natural de Liébana. Se distingue a los peregrinos hacia Santiago o Santo Toribio por su decisión, su cansancio y sus mochilas. Los peregrinos a la calle Génova van mejor vestidos, encorbatados a lo Rajoy o descamisados a lo Moragas, y todos quedan felices y encantados después de abrazar al santo, que como Santiago, es gallego, barbado y nada proclive a mostrar sus cartas. Santiago en bronce, como el melancólico San Pedro de Roma, al que Rafael Alberti descubrió su hastío por los millones de besos que llevaba acumulados en sus pies. Y aquel Alberti, ateo en versión andaluza, le escribió unos versos portuenses en su «Roma, Peligro para Caminantes». «Dí, Jesucristo, ¿por qué/ me besan tanto los pies?/ Soy San Pedro, aquí sentado,/ en bronce inmovilizado./ No puedo mirar de lado,/ ni pegar un puntapié,/ pues tengo los pies gastados,/ como ves./ Haz un milagro, Señor,/ ¡déjame bajar al río!/ Volver a ser pescador…/ que es lo mío».
Pero el santo de Génova, el peregrinado, es de carne y hueso. Se mantuvo digno en la soledad del olvido, y no lo besaron. Pocos besos recibió de mi parte, y muchos fustazos. Los tiempos cambian. No se adivinan peregrinos hacia La Moncloa, aquel camino antaño abarrotado de laicos solicitantes. Se mezclaban los banqueros con los cineastas, y los constructores con los sindicalistas. «Es mejor en la distancia corta», decían arrebolados. Entre unos y otros, disfrazados, también peregrinaban vetustos etarras. «Es un hombre de paz», afirmó el visitado después de abrazar el visitante Otegui. Bombazo en la Terminal-4 de Barajas.
El pueblo intuye. Y ha cambiado el Camino de La Moncloa por el Camino de Génova. Los buenos olfateadores del poder, lo huelen a distancia. Saben que ni el vergonzante y vergonzoso pacto con los nacionalistas vascos puede sostener durante dieciocho meses al antiguo visitado. Y peregrinan a la calle Génova, con un inesperado arrebato de fe. El dinero y el poder nunca se equivocan.
Las agendas de los despachos genoveses parecen manuscritos de Cela, con su letra menuda y clara aprovechando hasta los márgenes. El peregrinado es también peregrino, y se mueve por todos los rincones de España. Gran decepción en los visitantes que se topan con su despacho vacío. En los restaurantes altos y medios, los dirigentes del Partido Popular han vuelto a ser los mejor tratados. Y los poderosos ya no reservan comedores privados para esconderse con ellos. Ahora se esconden con los gobernantes socialistas, y buscan restaurantes en el extrarradio, y aún más allá. –Ministro, ¿te viene bien a las 2:30 en «La Perdiz» de Despeñaperros?–; –¿no podría ser más cerca?–; –lo siento, ministro; si me descubren contigo a menos de doscientos kilómetros de Madrid, se me cae el pelo-; –bueno, bueno, lo que tú digas–.
Nadie por el Camino de La Moncloa. Tráfico denso por el Camino de Génova. Como en 1982, con Calvo-Sotelo gobernando y Felipe González recibiendo. Así es la vida.
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