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La Razón
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Rodríguez Zapatero ha hecho un cambio de gobierno exclusivamente centrado en la acción política. Da por solventada la crisis económica, olvida el agujero presupuestario, deja aparcada cualquier reforma del mercado de trabajo. También aparta un poco algunos de los asuntos estrella de estos años, en particular los de igualdad. Quedan tres frentes: las relaciones con los sindicatos, es decir con la UGT, el final de la ETA y la campaña de agitprop contra el Partido Popular.

No hay en todo esto un proyecto nacional, una propuesta capaz de volver a ilusionar a los españoles. Desde el 7 de mayo pasado, cuando estuvimos a punto de quebrar y el Gobierno tuvo que tomar medidas que contradecían su guión previo, Rodríguez Zapatero no ha sido capaz de imaginar uno nuevo. Ante la caída de la popularidad y las malas encuestas, ha vuelto a lo que mejor se le da, que es la política pura. Por eso, cuando se dice que Rodríguez Zapatero ha recuperado la iniciativa política, hay que comprender la expresión en el sentido más estricto. El nuevo Gobierno está hecho para conservar el poder y mantener al PP en la oposición. Cualquier otra ambición ha pasado a segundo plano. Los españoles quedamos supeditados a la solución del principal problema del presidente del Gobierno, que es quedarse en La Moncloa. (Se recordará, cómo no, que ése es siempre el primer problema del político…).

La prioridad a las buenas relaciones con los sindicatos deja claro que volvemos a la política corporativista anterior a mayo: nada de reformas importantes, como las que hizo en su momento Felipe González, y sí, en cambio, colaboración, casi co-gobierno. Rodríguez Zapatero es fiel a la antigua identidad sindicalista del socialismo español. La modernización de un mercado de trabajo paleolítico, capaz de generar 20% de paro, importa poco. De paso, se asegura la lealtad sindical para cualquier nueva etapa.

En la cuestión del fin del terrorismo, la estrategia parece consistir en reconvertir el mundo etarra en una izquierda nacionalista todo lo radical que se quiera pero no violenta, y por tanto políticamente aceptable. Da igual el poco brillante final que está teniendo la experiencia tripartita en Cataluña, o que en el País Vasco gobiernen ahora los socialistas. Parece que el final de la ETA significará la victoria del abertzalismo. ¿Quién más radical que Rodríguez Zapatero, por otra parte?

Sindicatos, nacionalistas radicales… queda el último punto, el de la campaña contra el PP, en el que Rodríguez Zapatero se muestra, más que nunca, fiel a sí mismo. El espantajo de un enemigo político e ideológico de extrema derecha será agitado hasta la náusea para movilizar al electorado propio, al que el Gobierno sigue considerando sensible a este tipo de campañas. Todo es admisible en ese punto. De hecho, ya ha quedado bien claro quién manda. Rubalcaba, más sofisticado que Alfonso Guerra, pretende dejarlo en mantillas. La natural prudencia de todos los que en España dependen del gobierno o del poder, que son muchos, habrá quedado bien aleccionada.