Pontevedra

El hombre tranquilo por Martín Prieto

En la madrugada del 20 de noviembre de 1975 Felipe González, acompañado de un grupo de correligionarios, velaba en su piso madrileño de Pez Volador hasta que les leyeron por teléfono un teletipo de Europa Press: «Franco ha muerto». Alguien sacó champán y ofreció una copa al todavía «Isidoro». Felipe fue tajante en el rechazo: «No seré yo quien brinde por la muerte de un español».

Si el Partido Popular alcanza su probable mayoría absoluta, Rajoy tendrá que trabajar a tiempo completo para la creación de empleo
Si el Partido Popular alcanza su probable mayoría absoluta, Rajoy tendrá que trabajar a tiempo completo para la creación de empleolarazon

No es de extrañar que González y Zapatero tengan tan escasa empatía. Luego, durante la campaña de 1982 que le llevó al poder, los periodistas le incordiábamos preguntando en qué consistía el cambio que propugnaba. Era mercadotécnica electoral, como los 800.000 puestos de trabajo en una legislatura que devinieron en otros tantos parados, y Felipe se iba cabreando hasta que estalló resolutivo: «El cambio consiste en que España funcione». Y acertó sobre los creativos de imagen y consignas porque eso es lo que los españoles estamos esperando desde que un líder socialista clandestino se negara a brindar por el cadáver de Franco.

Siempre he aludido a Mariano Rajoy como el hombre tranquilo en honor de aquella película de John Ford en la que John Wayne se desvistió de sus estereotipos interpretando a un caballero templado enfrentado a la pequeña barbarie rural de sus paisanos irlandeses. Y en esa tranquilidad que ha sido puesta a prueba por hechos excepcionales como dos derrotas políticas, una por explosión y la segunda por implosión partidaria, siempre se ha levantado más fuerte, sin festejar la muerte de nadie e intentando poner en sus carriles la vieja locomotora española.

Empleo y confianza
Zapatero le ha zaherido en el Congreso por no haber ganado unas elecciones. Saber perder unos comicios es tan democrático como ganarlos, y en ese trance estuvieron Felipe González y José María Aznar. Quien no habrá perdido jamás unas elecciones es Rodríguez Zapatero que se despide a sí mismo antes que escrutar en las urnas lo que piensan de él incluso los socialistas.

Si el Partido Popular alcanza su probable mayoría absoluta, Mariano Rajoy tendrá que trabajar a tiempo completo sobre la creación de empleo, la restitución de la confianza interior y exterior que sólo se consigue haciendo lo que se debe con puntualidad y seriedad, mantener a flote lo que queda del Estado del Bienestar porque zozobra hasta el Inserso, y la misión imposible: la disciplina territorial y la prevalencia estatal sobre el ¡Viva Cartagena!

A esas hierbas solanáceas que usaba la brujería, en América las llaman «Matavacas», y el zapaterismo ha repartido estramonio suficiente para intentar meter a un partido nacional como el PP en una lazareto, ha abusado de la geometría variable comprando a los nacionalismos, ha llevado a los etarras a las instituciones y ha dejado un PSOE al que le sobra la E final. Rajoy quiere contar con todos, incluso con extrapartidarios, pero precisamente por eso necesita mayoría absoluta porque ni la oposición socialista ni los nacionalistas van a colaborar en esas labores de Hércules. Y si estos dirigentes socialistas no se reforman a sí mismos, cabe esperar de ellos que utilicen a los «indignados» como piquete de demolición de cualquier proyecto sensato, mientras los sindicatos continúan en su cortoplacismo.

En sordina
Antes de la primera investidura de González fui a ver a Alfonso Guerra y le pregunté sin anestesia: «¿Vais a disolver la Guardia Civil?» Contestó socarrón: «Hombre, no vamos a empezar precisamente por eso». Creo que Mariano Rajoy tampoco va a perder mucho tiempo desmontando la ingeniería social de la señorita Pepis que nos deja Zapatero a falta de una muerte más rápida. Por sentido del Estado y de cohesión social pondrá sordina en lo más ríspido, porque no hay mejor antídoto contra la idiocia que una buena educación, hoy fusilada por elitista. Ni de la cuota habrá de ocuparse porque ni Zapatero la cumple en su Gobierno y Rajoy tiene más abogadas del Estado que las que dieron ocho años de paridad de ratitas presumidas.

Rajoy es el primer aspirante a La Moncloa que llega con un libro bajo el brazo en el que se explica a sí mismo. Es mejor escribir que ser carismático. Hitler exudaba carisma y Konrad Adenauer no tenía ninguno pero restableció la moral alemana. No molesta que lea «Marca» y sea aficionado al ciclismo, otro deporte en el que hay que competir con uno mismo, pero parece haber leído más a Balmes y a Jovellanos.

 «El criterio» balmesiano es más propio de Rajoy que «El Príncipe» de Macchiavello. Por su aspecto y ademanes se le puede comprar un coche usado mientras que la mefistofélica visión de Rubalcaba invita a huir del taller. Tiene una de las más difíciles oposiciones a las que regresar y tal como su oponente, no se le conocen debilidades por el dinero o los fastos, única circunstancia en la que coinciden. El PSOE nunca ha creído en las bondades de la alternancia porque tiene un ADN anti demócrata desde que fue fundado en una taberna para respetar las leyes cuando conviniera. Además, según el libreto de la zarzuela «La verbena de La Paloma», los guindillas aseguran que los más decentes son de Pontevedra.