España
Sin riesgo editorial
La situación –por prolongada– resulta conocida: España es uno de los países europeos con peores índices de lectura. Se trata de un problema estructural que no conseguimos corregir y que, por el contrario, las sucesivas leyes de educación sólo han sabido acentuar con medidas ineficaces y alejadas por completo de la realidad. Nuestro mercado editorial es escuálido y escasamente diversificado: la mayor parte del peso del sistema recae sobre una reducida concentración de editoriales y autores que genera una inercia contraria a la diversificación. Una industria que quiere crecer y adquirir cuotas semejantes a las de otros países europeos no puede resultar tan previsible y soporífera.
Blogs y redes sociales
Si exceptuamos los interesantes proyectos de autoedición que proliferan diariamente, pero que por causas evidentes carecen de una buena distribución, lo más novedoso y fresco está en los blogs y en las redes sociales. Todo lo demás constituye una sucesión de compartimentos estancos que no tienen la capacidad de sorprender y de reinventar unas estrategias a todas luces extenuadas. Por incidir en un asunto nuclear, basta recordar la escasa producción de ensayo que existe en el mercado en castellano, infinitamente menor que la que se puede apreciar en Francia, Alemania o , por supuesto, el ámbito anglosajón. A la superioridad aplastante de la ficción se añade, además, como factor negativo sobre el que urge reflexionar, la tendencia inmoderada hacia la divulgación que vertebra el catálogo de publicaciones de las diferentes editoriales, y que, a día de hoy, se convierte en un obstáculo determinante para la libre expresión del autor. O el mercado se flexibiliza a la hora de aceptar productos más «periféricos» y contundentes o su propia inercia lo va a conducir a un estado de sopor inaguantable, que terminará por convertirse en la primera excusa para no leer.
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