Cataluña

José Tomás: Madrid espera el milagro

Un mes y diez días es lo que separa la gravísima cornada que sufrió de su primera actuación en Madrid, el tres de junio. Los aficionados se preguntan ahora si el diestro estará presente en Madrid. 

José Tomás, aún convaleciente de la cornada de Aguascalientes, es la gran incógnita de la temporada madrileña
José Tomás, aún convaleciente de la cornada de Aguascalientes, es la gran incógnita de la temporada madrileñalarazon

Las imágenes de la sangre de José Tomás en México recorrieron el mundo paralelas a las incógnitas sobre el futuro. Primero, acerca de su vida o muerte; después, respecto a su rehabilitación plena; siempre, en relación a la fecha del ansiado retorno; y por supuesto, en torno a una terrible incertidumbre: saber si el que vuelve será el mismo torero que ha estremecido a las plazas, que ha convulsionado la Fiesta, que no ha sucumbido al poder de los mandarines del sistema. Se espera un milagro. Y que sea en Madrid. Un inextricable rosario de contradicciones sobre las particularidades de la brutal cornada desviaron la atención sobre el asunto esencial: José Tomás estuvo al filo de la muerte en Aguascalientes. Al rebufo del impacto, todo un espectáculo de lo más grotesco por parte de sus detractores. Unos, incidiendo en los supuestos defectos de su tauromaquia mientras José Tomás permanecía en la U.V.I. del hospital Miguel Hidalgo de Aguascalientes. Y otros (olvidando que hasta ayer por la tarde calificaban su figura como «un invento», y la Fiesta actual, como «una farsa») se explayaron en curiosísimos artículos elucubrando acerca de la ética tomasista y la verdad del toreo. No se supo que fue peor, si el afán persecutorio de ciertos individuos amargados, o la burda hipocresía de sujetos sin el más mínimo pudor. Todo esto sin olvidar a algunos antitaurinos, los pobres, que daban rienda suelta a sus más bajos instintos deseando la muerte del torero y la santificación del hermano toro, «Navegante» por más señas y de la ganadería de Santiago. Resumamos este patético oportunismo a costa de la sangre ajena con una simple reflexión: guardar silencio es, a veces, lo más decente. Volvamos al auténtico protagonista, un ser omnipresente mal que le pese a muchos. La Feria de Sevilla culminaba aquel fin de semana con El Juli en rey total; Manzanares, en delfín indiscutible; y Morante en genio, genio y genio. Otros toreros caían en las redes de la Maestranza y llegaban a fin de mes con una erosión difícil de reparar. La Feria de Sevilla fue trascendental porque no dejó indiferente a nadie. Casi no hubo empates, sino grandiosas victorias y demoledoras derrotas. Pero como José Tomás, otra vez, no había comparecido en el Baratillo, su figura quedaba relegada a un segundo plano frente al absolutismo de Julián López. Casi nadie, en esos días, hablaba de la Estatua. Pero le cogió el toro. La mañana sevillana del domingo 29 de abril era luminosa y alegre. Había corrida de rejones y un público joven se acercaba en manga corta a la plaza. Sin embargo, un rictus de misterio envolvía el mediodía porque había transcendido la gravedad del percance la anterior madrugada, y hasta en mensajes cortos de texto se daba por seguro el desenlace fatal. Santos óleos y otros desastres. El bulo recorrió de nuevo la plaza por la tarde, y al tono serio del festejo (pues tres toreros de verdad mataban la durísima y siempre inquietante corrida de Miura) se le añadieron más hipótesis sobre si José Tomás llegaría con vida a la noche, o si, como mal menor, le sería amputada la pierna. Todo se fue calmando con el paso de las horas y el grado de catastrofismo se mitigó considerablemente. Viviría el hombre y, posiblemente, retornaría el torero. Un torero que ya era primera noticia a nivel nacional. Sin torear en Sevilla. Así, ya de madrugada en programas de radio, y al día siguiente en la prensa, la Feria de Abril cedía el paso al suceso del momento. Primero se habló de José Tomás, y luego de los otros. El torero, como un Cid Campeador moderno, ganaba la batalla de la relevancia.Vencía la fama de José Tomás pero salía perdiendo la Fiesta. Un halo de pesimismo rodeó a la opinión pública. El reguero de sangre hasta el quirófano dejaba, paralela, una huella si cabe igual de terrible. La temporada perdería a uno de sus grandes referentes, y quién sabe si también la Fiesta en estos tiempos convulsos en los que toda ayuda es poca. En el año en el que se decide el futuro de la Tauromaquia en Cataluña mientras España se hunde a golpe de paro galopante. En la época donde una faena, una sola gran faena de La Estatua, del Rey, del Genio o del Delfín vale más que miles de palabras para explicar que el enfrentamiento entre un toro y un hombre en una plaza pública es, a veces, un hecho único, irrepetible. Grandioso. Caía un ciudadano de Galapagar ahora que la amenaza de la crisis desaparecía de las ferias taurinas al abrigo de cuatro palabras: José Tomás Román Martín. Dos semanas han transcurrido desde el percance y las conjeturas acerca de su posible reaparición han sido miles. De hecho, hasta los propios doctores mexicanos han asegurado que se recuperaría en «quince días» para matizar veinticuatro horas después que «no saben» si podrá torear este año. El caso es que el público se pregunta incluso más veces que el propio torero cuándo será el gran día. Y no digamos algunos empresarios, temblorosos ante la opción más que cierta de que las taquillas caigan también heridas. Ajeno de algún modo a tantas pasiones e intereses, José Tomás bebe cocacolas y apunta las fechas ya decididas de las finales atléticas para orientar la parabólica, los días 13 y 19 de mayo. No tiene fiebre. El resto, público, empresas y periodistas, hacen cábalas acerca de su regreso, y también sobre otra incógnita mucho más relevante que una simple fecha que sólo quedará para los biógrafos. El mundo del toro se pregunta si José Tomás será el mismo hombre que cada tarde sale a la plaza como si fuera la primera y última vez. Como si nada importara tras aquellos diez minutos frente a un animal bravo. El quid no es conocer el día de su regreso, sino constatar que José Tomás sigue siendo José Tomás. En los rincones de Madrid, en las tardes venteñas de un San Isidro que puede hacerse eterno, el nombre del mítico maestro estará presente cada minuto. Como en Sevilla, no hará falta que toree para ser noticia. En brazos del clavo ardiendo de la fe, se busca una luz imposible que nos guíe al milagro, también con fecha decidida: 3 y 12 de junio en Las Ventas. La afición le espera. Y tiene fiebre.