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Vacaciones con futuro

La Razón
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Llevo más de diez años mostrando en estas páginas mi asombro absoluto ante los tres meses de vacaciones que tienen los muchachitos en verano. Por fin parece que se levantan otras voces desesperadas. Por fin se dice que los padres trabajadores se las ven y se las desean para hacerse cargo de los hijos. Al final, cuando no pueden o ya no están los heroicos abuelos, hay que tirar de cartera y meterles en campamentos carísimos y no siempre buenos. Con lo que ha cambiado la vida, hay asuntos que parecen tabúes. Éste es uno de ellos. ¿Por qué? Ahora trabaja la madre también, no podemos estar tres meses en la playa con los churumbeles mientras el marido hace de Rodríguez, o encerradas en casa oyendo gritos. No es muy creativo, la verdad. Pero, y esto es lo fundamental, los niños no pueden estar ochenta y tantos días viviendo en el caos. Yendo de acá para allá como la falsa moneda. Aburriéndose de no hacer nada. Olvidando lo aprendido y perdiendo el hábito de estudiar. Cuando vuelven al colegio están desquiciados y les cuesta otro mes retomar la práctica. Al final, entre unas cosas y otras se pasan medio año en Babia. ¿Cómo van a aprender así? Ni ciencias, ni mates, ni a escribir. Propongo utilizar esos meses en que los profes necesitan descansar para que otros profes descansados den las asignaturas olvidadas, las del espíritu: empatía, creatividad, lectura, alegría, canto, esfuerzo, baile… Hay que buscar otras fórmulas de enseñanza para intentar desfacer este entuerto en el que andamos metidos. Clases de humanidad en vacaciones a los pequeños de hoy. Puede ser la única manera de que haya un mañana.