Cataluña

Consenso constitucional

La Razón
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Andan socialistas y populares manifestando estos días su profundo pesar porque CiU no se ha sumado a la reforma constitucional de la señorita Pepis que se aprobó la semana pasada. En medio de esa consternación, incluso alguno de los miembros más conspicuos de la dirección de su partido se ha permitido señalar que lo que más les apena es que CiU se aparte del consenso constitucional. Por caridad cristiana –y por cierta precaución para no ser acusado de machista– omito el nombre de semejante analista de la realidad, pero tengo que decir que, aunque ignoro quién es el oculista de la vista la citada persona, siento que, como señala la tradición popular, Santa Lucía tendrá que conservarle el oído porque la vista la tiene totalmente perdida. Nuestro sistema constitucional fue creado sobre la base de que habría una alternancia de la derecha y de la izquierda, sin descartar al PCE, con el respaldo, más o menos expreso, de los nacionalistas catalanes e incluso vascos. Se esperaba de esa manera que las veleidades nacionalistas acabarían siendo sustituidas por un regionalismo sano y constitucional. Semejante panorama, nacido del consenso, comenzó a resquebrajarse muy pronto y la culpa primordial fue de los nacionalistas catalanes. El propio Jordi Pujol y sus adláteres llegaron a diseñar un plan de subversión de la legalidad que, mediante la modificación de una docena de leyes, dejaba vacía de contenido la Constitución y otorgaba a Cataluña una independencia «de facto» aunque, eso sí, mantenida por el expolio del resto de España. El plan fue denunciado por políticos como Vidal-Quadras y por figuras de los medios como Federico Jiménez Losantos. Sin embargo, logró avanzar mucho en esa dirección Pujol, primero, apoyándose en la debilidad de un Felipe González cada vez más acosado por la corrupción, el crimen de estado y la crisis económica y, luego, en la buena voluntad de un Aznar que deseaba cerrar de una vez por todas un modelo constitucional que los nacionalistas se empeñaban en mantener abierto en canal. Con todo, la gran embestida contra la Constitución se produjo con los gobiernos nacional-socialistas presididos por Maragall y el bachiller Montilla. Aprovechándose del mesianismo necio e irresponsable de ZP y de la falacia de que ETA –la que había pactado con el nacionalismo catalán no atentar en Cataluña– acabaría aceptando esa vía, los nacionalistas impulsaron un estatuto que era un tiro en la nuca de la Constitución. Lo supieron desde el primer momento y a alguno, como Maragall, en un momento de sinceridad se le escapó. Ahora, gracias en buena medida a esos gobiernos nacionalistas que han convertido a Cataluña en la CCAA más endeudada de España con casi el treinta por ciento del pufo en sus manos, el sistema constitucional está más muerto que vivo. Su agonía se debe no sólo al desprecio hacia la ley de los últimos años sino también a una crisis económica que lo ha convertido en inviable. Y sobre ese panorama una mente preclara de cuyo nombre no quiero acordarme proclama que los nacionalistas catalanes deberían volver al consenso constitucional. ¡Hija de mi alma! Lo abandonaron hace décadas y el que los partidos mayoritarios –en especial el PSOE– lo tolerara es la causa fundamental de nuestro naufragio institucional y económico. ¡Si en manos de gente con tanta visión política va a estar nuestro futuro que Dios nos ampare!