«Los amos de Brooklyn»: Como «cowboys» suicidas

Como demuestran la fundacional «Canción triste de Hill Street» o la radical «The Wire», los policías también saben llorar. El policiaco televisivo, hijo pródigo de cierto cine de los setenta (de «French Connection» a «Serpico») que deconstruía la figura del protector de la ley a partir de una mirada documental, ha infectado los dominios del thriller contemporáneo. En la línea de «Training Day», pero reconvirtiendo la política de la «buddy movie» a las exigencias de la «soap opera» de proporciones épicas, Antoine Fuqua cruza los destinos de tres policías que, por distintas razones –la soledad del que está a punto de jubilarse, las necesidades económicas del que roba dinero confiscado por los de narcóticos, la confusión de identidad del que se infiltra en la mafia–, pasean su desesperación por las calles de un mugriento barrio neoyorquino. La mayor virtud de la película es su habilidad para recrear una atmósfera de desesperación, reivindicando la dimensión trágica de ese policía que ha perdido todo vínculo con los valores positivos de la institución que representa. Su peor defecto es que se deja llevar con demasiada frecuencia por sus delirios de grandeza, creyéndose mejor de lo que en realidad es. Cuando se pone operística, traiciona el clima de angustiada intimidad del relato, que funciona mejor en su devenir individual –cada policía es, a su manera, un «cowboy» suicida– que en su catarsis tricéfala.