ERE
Moralina por Lucas Haurie
La liberación de Juan Francisco Trujillo, el chófer de Guerrero, no era más que cuestión de tiempo. Molestará a los biempensantes el recordatorio de que el ilícito, si lo hubiere, en el caso de los ERE residirá en quedarse con la pasta, no en el uso que se le dé. Lo que pasa que palabras como «cocaína» y «putas» en un titular durante la campaña de las autonómicas son caramelos demasiado tentadores para nuestros políticos, que todo lo miden en términos de rentabilidad electoral. Ya escribimos algunos, y perdón por la autocita, que el mayor favor que podía hacérsele a estos perillanes era poner el foco sobre sus aficiones zorrunas, como si fuese más digno gastarse el dinero detraído «en carteles de Felipe González» (Mellet dixit y está grabado) que en darse unos tiritos en la nariz. De hecho, los ciudadanos que gustamos de ciertos excesos de vez en cuando, o seis veces a la semana, somos perfectamente respetables y estamos lejísimos de la depravación de quienes se apropian del dinero público, así sea para repartirlo entre los menesterosos. Si al director general de Trabajo de la Junta le gustan el gin-tonic y el Marlboro, como confesó, se atiborra de pistachos, se solaza en los burdeles con su mecánico o es de comunión diaria pertenece al estricto ámbito de su privacidad. Pero llevamos hablando de ello siete meses sin reparar en los 700 millones de euros que se han evaporado en, según dice, una operación orquestada desde el Consejo de Gobierno. Es lo del dedo y la Luna del proverbio chino.
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