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El purgatorio

La Razón
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-«Bien sabe Dios que soy ateo», he dicho muchas veces. Pero como ateo ilustrado, me interesan la religiones, el misticismo y la superstición. Todas las religiones, para difundirse sensorialmente, tienen que materializar y localizar sus abstracciones. El cielo está en las nubes, el infierno en las ardientes entrañas de la tierra, y el purgatorio es el entresuelo, en el que se recibe un cierto mal trato antes de acceder al piso noble.

Ya es una prueba de agudeza teológica moderna que un Papa trate de inculcar a la feligresía católica que cielo, infierno y purgatorio son grandes abstracciones místicas. La humanidad ya no es tan niña para que asuma esta distinción y no piense que en el cielo va a estar columpiándose por una eternidad, ni en el infierno asada a fuego lento.

En este caso del purgatorio, se trata de algo aún más comprensible para el ser humano y racional, ese atormentado estado de espíritu, igualmente reconocido –los naturales remordimientos– por una moral que se define atea. El bien, el mal y la «inconsciencia delictiva». Aquí caemos en el purgatorio, y es lo que trataré de traducir a lo simbólico humorista:

Por ese molestísimo entresuelo y detestable alojamiento pasa el ser humano con sus remordimientos. Éste es su purgatorio en vida. Esa especie de mala fonda barojiana para viajantes de comercio en pena, que llevan un muestrario de productos abominables y falsificaciones de marca. Esos huéspedes despreciables duermen en colchones de clavos y desayunan café con acíbar. Tómese como una imagen material de tan íntimo desasosiego.
Aquellas mentes monstruosas que todo se lo perdonan y carecen por completo de remordimientos se merecen que se les destine al sótano, como atareados fogoneros de la calefacción central del edificio místico. ¡Que se fastidien para siempre Hitler, Stalin y el general Millán Astray!

Pero esas otras víctimas del «inconsciente delictivo», merecen este purgatorio del remordimiento en su vidas. No hay cosa más terrible, que más inquiete y atormente, que reparar en todo el daño que hemos cometido. Ni siquiera el perdón aligera el peso de los verdaderos remordimientos, porque hemos atentado contra nosotros mismos y somos su desgraciado resultado, seres infelices y fracasados en el fondo. Nada ni nadie puede ya restaurarnos, ni pegar ese montón de cachizas o añicos en que nos hemos convertido, y no hay otra salida que llorarse a sí mismos. Sobre todo porque en el mundo material tales delitos pueden seguir obrando con deplorables resultados y nos procuran nuevos tormentos, siguen en activo. ¿Se pide un purgatorio peor?

Ya es una buena prueba de juicio tener remordimientos. No tener remordimiento alguno es fruto de una alienación, una pérdida de sentido. Me siento avergonzado de haber lanzado alguna vez esa bravata, de los que dicen no arrepentirse de nada y se sienten tan desculpabilizados como las inocentes bestias. ¡Bonita manera de presentarnos! –«Que sepan ustedes que soy una fiera». –«¡Ande allá, hombre! Usted es un infeliz que quiere hacerse de notar, rugiendo esa cínica y pueril bobería. Usted no es una fiera superior, sino un ser tan desvalido como cualquiera».

Una vez le confié a un amigo: «Diciendo eso, nos hacemos el retrato público más desfavorable, una imagen de ficha policial, que nos hace parecer peor de lo que somos. La aborrecible fotografía, de la que tantos nos arrepentimos, porque puede figurar accidentalmente en nuestro pasaporte como la peor acusación probatoria: –"Éste no se parece a mí. ¿Cómo puedo ser yo tan espantoso?"».

Y a propósito de retratos, no hay símbolo más expresivo que «El retrato de Dorian Gray» de Oscar Wilde. Aquí se determina, simbólicamente, cuál puede ser el purgatorio en vida del ser humano, con esos remordimientos pintados indeleblemente en la conciencia. En su «De profundis», Wilde nos hace ver su doloroso purgatorio de una forma conmovedora, profunda y sinceramente humana. Wilde deseaba convertirse al catolicismo y creer en el purgatorio físico y psíquico. Estaba pasando por él.

Sin ser un creyente, coincido con Benedicto XVI. El purgatorio no es ni más ni menos que ese terrible estado de espíritu.