Vigo
Disparo en la boca
Tomando copas una noche en el «Corzo» había dos tipos en la barra. Uno de ellos vestía traje impecable, parecía seguro de sí mismo y desde luego tenía educación y modales; estaba solo. El otro tipo se había arrimado al final de la barra, pegado a la caja registradora, y a simple vista el suyo parecía el rostro rudo y culposo, también desencajado, de alguien vendido por la vida; les daba conversación a tres mujeres de mediana edad que le prestaban atención incluso a lo que callaba. Por lo que me contó el barman, aquel tipo acababa de llegar al local y no tardó en entablar conversación con las tres mismas mujeres que hasta entonces apenas habían contestado al saludo cortés del tipo elegante. Me dijo: «Por lo que él mismo me contó, el tipo elegante es director de un banco en Vigo, se pone colirio en los ojos por culpa del humo, hace bricolaje, mastica el vino y creo que necesita pensar dos días para decidir algo que tendría que hacer dentro de una hora. No creo que te interese mucho conocerlo. Te recomiendo al otro. Es la tercera vez que viene y creo que al final de la noche me habrá metido su cuarto pufo. De cada cinco cosas que les cuenta de sí mismo a las chicas, tres son delitos y las otras dos, inconfesables. Ya sabes cómo van las cosas por la noche, colega. Son las seis de la mañana, ¿cierto? Bien, pues ambos sabemos que a las seis de la mañana incluso siendo de madera se masturban los santos. El tipo del banco pertenece a otro mundo y aquí, y a esta hora, tú y yo sabemos que su futuro fue ayer». Al fondo de la barra seguían riendo las tres mujeres sin tomar la menor precaución, a medio camino entre la expectación y el rubor, sin duda entregadas al placer de que les averiguase la lencería y el alma aquel tipo áspero y desencajado que con el otro cliente solo podría haber coincidido durante el día en la nada improbable circunstancia de que decidiese atracar su banco. El caso es que el tipo elegante y aseado pagó su copa, dejó propina y se esfumó llevándose escaleras arriba hacia la calle uno de esos carraspeos como de fraile con el que seguramente aclararía al día siguiente el oboe de la garganta para denegar una hipoteca. Entonces el otro fulano llamó al barman, le comentó algo y sin mediar palabra supe que mis copas estaban pagadas con su quinto pufo. Una semana más tarde un tipo atracó un banco en Vigo. Por la noche bajé las escaleras del «Corzo». El barman se encogió de hombros y me dijo: «Las mujeres de aquella noche le echarán de menos. ¡Cosas que pasan! Las tres estuvieron casadas con hombres de provecho pero fracasaron en sus matrimonios. Ya sabes cómo va esto, colega: ellas prefieren que los besos les dejen el agradable sinsabor de un disparo en la boca».
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