Polonia
Juan Pablo II
La figura de este Papa trasciende a la Iglesia católica, se integra por derecho propio en la lista de los nombres más importantes en la historia de la humanidad.
Ayer primero de mayo, en el mundo y especialmente los católicos, hemos vivido un gran día, la beatificación de Juan Pablo II; en el acto estuvieron presentes más de un millón de personas que tuvieron la oportunidad de respirar la mística atmósfera de actos tan importantes como este; pero además, el acto fue cubierto por 2500 periodistas, ha sido retransmitido por más de 1500 televisiones( incluido el canal segundo de TVE), 250 radios, y ello, a más de cien países en el mundo. Estas cifras nos sitúan en la real dimensión no sólo del acto, sino de la persona de Juan Pablo II, el cual a parte ya de su beatificación y por qué no, con el tiempo santificación, ya tenía el título más importante, figura clave en la historia de la humanidad. Para mí es la persona más importante del siglo XX, y aunque es difícil llegar a esta conclusión con la perspectiva que da una dimensión temporal tan limitada como la de un ser humano, no me cabe la mejor duda que cuando el siglo XX sea analizado con más perspectiva, así será reconocido; además también gozaba de otro título, era y es considerado un hombre bueno, uno de los mejores.
Su nombre ya ha engrosado el Martirologio Romano, catálogo de santos y beatos honrados por la iglesia católica. Pero la figura de Juan Pablo II trasciende a la Iglesia Católica, se integra por derecho propio en la lista de los nombres más importantes en la historia de la humanidad. Su vida además de ser un ejemplo de ejercicio heroico de las virtudes cristimas, lo ha sido antes de las virtudes humanas, y si analizamos su biografía, vemos cómo está cargada de una gran simbología propia de alguien que ha escrito una página muy importante en la historia. Sufrió la persecución nazi, y cuando los alemanes cerraron todas las universidades de Polonia, Karol Wojtyla con un grupo de jóvenes, organizó una universidad clandestina donde se estudiaba filosofía, idiomas y literatura; durante estos años vivió oculto junto con otros seminaristas. Padeció también la sinrazón comunista, y tuvo un papel muy importante en su colapso, el cual se debió fundamentalmente a que era un sistema esencialmente inhumano. Pero también ha puesto el dedo en la llaga del puro capitalismo, y así en el «Evangelium Vitae» escribe Juan Pablo nos dice: «El eclipse del sentido de Dios y del hombre lleva inevitablemente a un materialismo práctico, que genera el individualismo, el utilitarismo y el hedonismo... Los valores del ser han sido sustituidos por los valores del tener. La única meta que cuenta, es la obtención del propio bienestar material. La llamada calidad de vida se interpreta principal o exclusivamente como la suficiencia económica, el consumismo a ultranza, la belleza física y el placer, descuidando las dimensiones más profundas de la existencia: interpersonal, espiritual y religiosa».
Uno de los aspectos a destacar en este acto es la fecha elegida para su beatificación, el día de la Fiesta del Trabajo y también de San José Obrero. En este día se cristianizó una fiesta que había sido hasta el momento la ocasión anual del trabajador para manifestar sus reivindicaciones y su descontento. Esta fiesta nació en el seno de una ideología basada en el odio de clases y con un cierto ingrediente de odio a la religión. El día 1 de mayo del año 1955, el Papa Pío XII, instituyó la fiesta de San José Obrero, lo cual se incardinaba con coherencia en la Doctrina Social de la Iglesia, y nada más apropiado que se encarnara en la persona de José, esposo de María y padre en la tierra de Jesús, un trabajador que entendió de carencias y de estrecheces en su familia, que sufrió emigración forzada y conoció el cansancio del cuerpo por su esfuerzo, sacando adelante su responsabilidad familiar. Pero es que Juan Pablo también fue un trabajador, había trabajado en una cantera antes de ordenarse, y también como responsable de una caldera en el turno de noche en una fábrica de sosa cáustica, poniendo de manifiesto la importancia del día elegido. El modelo de valentía moral impulsado por Juan Pablo II debe servirnos a los que afrontamos la fe con cierta relajación, y a veces racanería, a entregarnos con ilusión a su figura y ejemplo, el cual nos recordó lo más importante del mensaje de Cristo, «Dios es Amor». También nos recordó que son muchos los caminos que te llevan a Dios, y esto es fruto de la tolerancia del mensaje de Cristo, lo cual si cabe, hace más injusta la intolerancia hacia lo católico y los católicos que prolifera en nuestro país. A estos intolerantes se les debe recordar las palabras del Apóstol: «Y como no consideraron conveniente reconocer a Dios, Dios los entregó a una mente baja y a conductas impropias» (ROM 1:28).
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