Estados Unidos

Era como parecía

La Razón
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A la espera de próximas entregas del interesante serial de Wikileaks, una primera estimación de daños indica que, en contra de los pronósticos más exagerados, Estados Unidos no se va a quedar sin socios por haber plasmado en cables confidenciales un surtido de opiniones políticas, valoraciones tácticas, chismes de salón y adjetivos envenenados sobre gobiernos amigos de medio mundo. Cuesta creer que Berlusconi, Sarkozy, Medvedev o el rey Abdulá hayan encontrado en la pantanada documental nada que no supieran o, cuando menos, intuyeran. En el caso de José Luis Rodríguez Zapatero, habrá sentido una punzada de nostalgia al verse retratado como un izquierdista romántico y trasnochado, ¡qué tiempos aquellos! El material publicado hasta ahora sobre España no aporta revelaciones insólitas pero sí sirve para confirmar que todo fue como pareció que era. Nuestro Gobierno hizo cuanto pudo para aguar la investigación sobre los vuelos secretos de la CIA y se ofreció a Obama para acoger aquí presos de Guantánamo. Jubilado Bush y recién aterrizado el nuevo líder demócrata, Zapatero buscó aplacar el recelo washingtoniano respondiendo con el «yes, we can» a cada sugerencia que le hizo la Casa Blanca. Moratinos lo llamó, pretenciosamente, «la nueva etapa» en las relaciones bilaterales. Lo nuevo era el signo político del Gobierno norteamericano; lo viejo, el velo que se mantuvo sobre las operaciones encubiertas de la inteligencia americana. Barack Obama discrepó de Bush en la guerra de Iraq y en la conversión de Guantánamo en centro de reclusión exento de garantías judiciales o derechos humanos. Pero Obama ha avalado con su silencio los vuelos de la CIA, el secuestro de presuntos terroristas y las llamadas cárceles secretas en territorio europeo. Su bandera fue sólo el cierre de Guantánamo, hoy principal promesa incumplida de un presidente que se reveló incapaz de vaciar de todo aquello. Rodríguez Zapatero, táctico atento, aprovechó el atasco obámico para decirle a su colega: «Cuenta conmigo, mándame cinco presos». A la opinión pública le dijo que había que arrimar el hombro para acabar con un limbo intolerable, argumentario de ocasión que nunca coló del todo porque era obvia la intención de hacer méritos ante el amigo Obama. Produce melancolía leer ahora el desconcierto norteamericano ante la espiral de contradicciones en que entraron entonces ministros desinformados ajenos al cambio de paso, todo un clásico en el modo de proceder de nuestro Gobierno. Zapatero se tragó el sapo de los presos y se afanó en echar tierra sobre los vuelos de la CIA emborronando papeles oficiales para que nada incriminatorio pudiera obtenerse de ellos. Fingió que cooperaba con la Justicia mientras mandaba a Conde Pumpido, en sintonía con la embajada, a mover las agujas para enviar el sumario a vía muerta. El fiscal general, otro táctico, exponía en público criterios jurídicos mientras alegaba en privado «razón de Estado». Todo fue como parecía. La aportación documental de Wikileaks ha venido a confirmar el relato. Relevante, sin duda, es. Sorprendente, en modo alguno.