Tiroteos en Estados Unidos
El asesino que copia películas
Un jueves, un tipo de unos treinta y tantos, con pinta de sospechoso, entraba y salía de una iglesia de Madrid. Hace sólo unos años, el cura era una especie de agente de la autoridad y solía velar por la seguridad de sus feligreses. Si hubiera visto a un tipo molesto y sospechoso, habría llamado a la Policía. Pero el párroco vio al hombre que copiaba de las películas y quería repetir el inicio de la saga «Kill Bill», de Tarantino, matando a una embarazada en el suelo de la iglesia y no se le ocurrió que pudiera ser peligroso. Ya pasaron los tiempos en los que uno podía refugiarse en lo sagrado y los sacerdotes eran a la vez monjes y soldados. Ojalá los obispos aleccionen de nuevo a los curas para que cuiden de los débiles y, en especial, de los que acudan a la iglesia.
Nadie le pidió el DNI a este individuo sospechoso, ni le cacheó, porque de haberlo hecho habrían descubierto una pistola de fogueo trucada para hacer fuego real. La aparatosidad del truco habría delatado al presunto homicida en el acto. Pero hace ya mucho que la Policía no hace redadas ni se incauta de cuchillos, armas de todo tipo y objetos peligrosos, como en la pasada «operación Luna». De forma que el hombre que tiene un póster de «Kill Bill», con Uma Thurman en el salón de su casa, un salón de piso abandonado, pero caro, pudo deambular por la planta de la iglesia sin ser molestado.
En la película de Tarantino hay un tiroteo inmisericorde que acaba con la protagonista como un colador, que entra en coma debido a sus heridas y que estaba embarazada cuando recibe los disparos. Es la Mamba Negra, la mejor colaboradora de Bill, que es el asesino, y de esa forma se venga de su abandono.
En la iglesia de Santa María del Pinar, en el distrito madrileño de Chamartín, se produjo un tiroteo de cuatro balas. Todas del nueve largo parabéllum. La primera le entró en la cabeza a la mujer embarazada, la segunda hirió a otra mujer que también estaba en la misa y lanzó otro tiro que se perdió al otro lado de la nave. El cuarto disparo lo destinó a su propia cabeza. Le dio la espalda al altar, se puso de rodillas y se disparó en la boca. El arma estalló en sus manos, pero la bala cruzó su cabeza rauda hasta el techo. La tragedia se había consumado.
Se afirma que hay una orden de alejamiento de su ex pareja dictada contra este individuo. Pero también se ha dicho que su ex mujer está embarazada y no es cierto. Lo de herir con una pistola a una gestante sale del guión de la película de Tarantino. Iván quiere emular a Bill. Son cosas que pasan. Pero que no habrían pasado si se velara por impedir que los ciudadanos circulen armados.
Las armas de fogueo pueden comprarse sin mayor documentación que una fotocopia del DNI, pero no pueden sacarse de casa. Son armas con cañones de hierro dulce, no de acero, como las armas de verdad; por eso estallan a poco que disparen. Las armas de fogueo están tan bien hechas que es imposible distinguirlas de las verdaderas, a primera vista.
Y dado que sólo pueden comprarse por coleccionistas, que sólo pueden tenerlas en casa, pero que suelen ser manipuladas para atracar o matar con ellas, habría que prohibir su fabricación y circulación, su venta y colección. Por otro lado, habría que revitalizar las patrullas preventivas de las calles, plazas e iglesias de Madrid, donde un asesino de masas dispara en una parroquia, mata a madre e hijo, hiere a otra feligresa y nadie parece tener responsabilidad alguna. Falta un equipo de criminólogos que estudien este fenómeno nuevo de la criminalidad: un asesino que se obsesiona con una película y confundir a la opinión pública, que puede ver en ello el efecto perfecto de la violencia de género, cuando, en este suceso, asesino y víctimas no se conocían de nada.
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