Bruselas

Tintín

La Razón
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Quizá lo más honrado, por mi parte, para quiénes estén leyendo hoy estas líneas sea delatarme, sin pudor ni rubor, desde el principio. Me considero «tintinólogo». Desde la juventud, por convicción y por decisión. Dejando de lado esas etiquetas de todo tipo y condición con que se ha querido apagar, sin conseguirlo, al personaje de Tintín y a su creador, el siempre irrepetible, Hergé.

Además no les oculto que estoy escribiendo mientras contemplo una vez más un documento que considero «incunable» para los que, como decía, nos sentimos «tintinólogos», desde la juventud. Es una separata del diario belga «Le Soir» fechada el jueves 17 de octubre de 1940, es una de aquellas entregas que hacía Hergé desde las páginas de este diario belga que se terminó convirtiendo en el difusor habitual de sus aventuras. Un ejemplar único, por cierto, adquirido en una fría mañana de invierno en el siempre exótico y maravilloso mercadillo de la Place du Jeu-de-Balle de Bruselas. En él aparece Tintín y Milú caminando, cargados de mochilas y de paquetes junto a un mojón de carretera. El origen del viaje era Toulouse, el destino: Bruselas. El título sencillo: La vuelta de Tintín y Milú.

Es evidente que a nadie se le escapa que el motivo de esta columna dedicada a este joven periodista, es el estreno mundial de la nueva película de Spielberg. Una película que reconcilia definitivamente la imagen de Tintín con el cine. Todos los intentos realizados hasta ahora habían sido desastrosos, cuando no desafortunados. En esta ocasión, hay que decir que cualquiera que Tintín esté entre sus referencias favoritas tiene muy difícil encontrar desajustes en una película que el mismísimo Hergé habría firmado.

Es además la irrupción de este estreno en las carteleras lo que sugiere que estamos ante la posible aparición de una «Tintínmanía», que por cierto no me hace mucha gracia. Tintín no es una moda; es una forma de entender la vida, con una característica realmente asombrosa: vale para todos. Es un modelo tan amplio de abordar las cosas, que muchas personas bien diferentes entre sí pueden encontrar en este personaje su espejo en ocasiones, su admiración en otras y su forma de afrontar los problemas en muchas más. Tintín es todo menos superficial. Es todo menos un gusto pasajero. Y los que somos «tintinólogos» de verdad, no queremos desde luego perder ese sello selectivo que tiene Tintín.

Para muchos, Tintín es un simple cómic. Y Tintín lo es todo menos un pasatiempo. Por eso, ahora que parece que todo el mundo ha crecido con Tintín, es el momento de recordar que estamos ante otro fenómeno, bien diferente. Bien distinto. Tintín va a ser descubierto por muchos. ¡Bienvenido sea!, pero que esa difusión no nos haga perder la intimidad que siempre hemos mantenido aquellos en los que de verdad ha formado parte de nuestra vida.
Tintín ya está al alcance de todos, esperemos que todos lo sepan valorar en su medida. Y en su profundidad. No es poco.