País Vasco
Paz con ETA de gendarme
«Tiene la mente un poco perturbada», dijo de él Felipe González. De «miserable e indecente» lo tildó Patxi López. «Miente», zanjó Zapatero. ¿Qué había dicho el destinatario de tanto improperio? Dos cosas: que el Gobierno mantenía un proceso de diálogo con ETA que facilitaría el regreso de su gente a los ayuntamientos y que los socialistas necesitaban a ETA tanto como la banda a los socialistas para escenificar el final del terrorismo que le permitiera a los primeros un rédito electoral y a los segundos, abrir un proceso político con la autodeterminación como objetivo. ¿Y qué ha pasado? Lo anunciado por Mayor Oreja: los proetarras gobiernan un centenar de municipios y ETA ha entrado en campaña con un comunicado recibido por el PSOE con alborozo, pero que nos coloca ante un futuro endiablado. Los terroristas han dado el empujón a su brazo político para imponerse en la lucha por el poder en el País Vasco y abocar a España a «un desafío nacionalista en el que ETA hará de todo menos su final definitivo». El ministro de Aznar tenía razón entonces. Y la tiene ahora. La «paz» de ETA es el colofón a un proceso pactado en el que no renuncia a sus objetivos totalitarios enmascarados. Simplemente ha llegado a la convicción de que ahora puede alcanzarlos sin disparar un tiro. Y para que así sea, se queda como gendarme del «nuevo tiempo político». Con la pistola en el bolsillo. Por si acaso.
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