Historia

Barcelona

Puerto Hurraco contra la «memoria histórica»

Frente a los recuerdos de la noche trágica de hace veinte años, varios habitantes del pueblo extremeño han dinamizado la vida y cambiado su imagen. El párroco Maxi Martín ha sido uno de ellos

El número 10 de la calle Carrera, centro de la matanza
El número 10 de la calle Carrera, centro de la matanzalarazon

«Hola». El anciano camina cuesta arriba con la ayuda del bastón, pero al darse cuenta de que un fotógrafo y un periodista se dirigen a él y le saludan, se da media vuelta. Su problema es que no es fácil huir con 88 años y pasitos tan cortos.–Hola, ¿es usted de aquí?–Claro –responde– tengo en Puerto Hurraco dos casas que son de mis hijas. Una de ellas es la que me cuida y me hace la comida.–¿Es un pueblo tranquilo?–Antes había tres bares, luego dos, ahora sólo queda uno y está de más. Yo voy ahí para hacer gasto. Dejo cien o doscientas pesetas (sic) y ya está.–¿Lleva aquí mucho tiempo?–Tengo 88 abriles, he vivido aquí, en Barcelona y durante la guerra estuve en La Mancha.–¿Han tenido una semana movida por culpa del suicidio de Antonio Izquierdo?–Me tengo que ir, me voy a casa, a ver un rato la tele.Nadie en Puerto Hurraco quiere hablar de parte de su pasado. Remover las tumbas, su «memoria histórica», les remueve también las entrañas. Quieren olvidar, aunque no pueden. Al escribir el nombre del pueblo en Google, la primera palabra que aparece es masacre y las ocho primeras entradas hacen referencia a lo que sucedió hace 20 años. En la novena, por fin, se puede leer puertohurraco.org: nada de masacre, matanza o historia macabra. «Felices fiestas», dice la página de inicio. Es una foto de la única calle del pueblo, una pequeña cuesta solitaria bajo un sol que promete 30 grados. «A Puerto Hurraco sólo le falta tener una piscina para ser fantástico», dice Manuel Tena, que vive en Terrassa y que es el principal impulsor de las páginas en internet de Puerto Hurraco. De las páginas que no se basan en el maldito recuerdo, claro.«Lo que pretendo es introducir a este pueblo en las nuevas tecnologías y borrar la imagen que de él se pudo quedar tras los terribles sucesos», continúa este hombre que vuelve los veranos a su tierra. Está peleando contra un mito, está peleando como si la alegría vendiese lo mismo que la desgracia. En el pueblo todos ya han experimentado que no es así y que los periodistas sólo se acercan en las semanas malas. Les esperan. «Ahora, como se ha suicidado el último Izquierdo, queréis saber de nosotros. El otro día hubo una fiesta infantil. No vi ningún medio. Todos me vendéis que queréis hacer otro reportaje, sin morbo, y al final lo que vendéis es lo mismo. Ya me lo habéis dicho muchas veces», dice Emilio Ángel Caballero, el alcalde de Benquerencia de la Serena, al que pertenece Puerto Hurraco. Termina: «No quiero hablar». En el pueblo pueden hablar de la Guerra Civil, pero se levantan y se van a casa con el bastón y sus pasos cortos en cuanto se empieza a preguntar sobre su tragedia. La memoria sólo trae dolor y ningún beneficio. El futuro es lo que importa, lo que sucedió hace 20 años ya no tiene sentido. Quieren que se hable del presente, pero sólo se les pregunta por el pasado. Por eso no se fían de los forasteros que, con la cámara en mano, se acercan para hacer preguntas dolorosas y demasiado íntimas. «No me grabes, que me riñen», pide una vecina mientras pinta su casa.Son las seis de la tarde de un miércoles en Puerto Hurraco, un pueblo de apenas 150 habitantes. Se oyen voces desde dentro de las casas que resuenan en la calle desierta. Unos niños juegan al fútbol y el bar de Sabino, el único, está cerrado. La poca gente que baja por la calle Carrera mira con desconfianza a los extraños. El número 10 quedó marcado por la sangre. Hoy la casa está recién pintada, blanca y azul, con las persianas echadas. Enfrente un colegio, con cinco niños que nada saben de esa historia y una profesora de clases extraescolares que se preocupa de que no se grabe nada, pero se acerca para hablar. Porque no es de allí, porque no le duele.

«Sólo interesa el morbo»Para otros no es tan fácil. «Esto ocurrió hace 20 años y después la película de Saura no ayudó. Como la última muerte de esta semana, vino a renovar todo aquello. Vienen periodistas, nos cuentan que van a publicar una cosa y al final nos engañan: sólo interesa el morbo. Por favor no habléis más del morbo», dice el párroco Máximo Martín, uno de los grandes impulsores del pueblo. Si Manuel Tena da vida al pueblo de manera virtual, es el cura Maxi quien lo hace en vivo, cara a cara: «Su papel ha sido fundamental. Los habitantes están muy vinculados a él», dice un vecino. Máximo sí habla: «Estamos cansados de todo esto. Yo he intentado participar en la vida del pueblo, hacemos un belén viviente en Navidad y la asociación de vecinos colabora con la ‘‘ONG operación Mato grosso", contra la pobreza en Brasil, Bolivia o Perú». Han encontrado un punto de unión en la solidaridad. Puede que también sea un punto de inflexión. En realidad no tienen nada que reprocharse y en cambio sí que pueden sacar pecho con esto. Es la historia que enseguida sale en la conversación con Máximo: presume de que Puerto Hurraco recogió en 2006 hasta 1.700 kilos de aceitunas con un fin solidario. Un año después con voluntarios de otras zonas de España y de otros países, llegaron hasta los 4.500. «Conocimos a la ONG a través de internet y la asociación de vecinos se unió a ella en 2002. En 2005 hicimos un viaje a Perú para ver cómo funcionaba y lo que se había hecho. Somos un pueblo normal que hacemos cosas buenas– cuenta el padre–. Ésta es una tierra que vive del olivo, a la que la crisis no ha afectado mucho. Antes había más pobreza. Hay muchos emigrantes al País Vasco que vienen en verano y hacemos grandes comidas comunes. Yo he estado once años de párroco y puedo decirte que la gente de aquí es muy acogedora. Era un pueblo algo decaído y con el movimiento de la asociación de vecinos se ha dinamizado». Sobre el asfalto aún se leen las pintadas de una fiesta de despedida de soltero. Máximo enseguida se pone a hablar de los jóvenes universitarios que han nacido allí o de la conexión a internet. Una pequeña ermita a la izquierda, frente a unas casas nuevas, recibe a los que llegan a Puerto Hurraco. El cura y la asociación de vecinos han protagonizado campañas para recoger gafas, libros o dinero para ayudar a países de Sudamérica. «Sólo hay que ver las cosas que hacemos para comprobar que estamos en un pueblo que vale mucho. Pero es verdad que tardará más tiempo del que queremos en quitarse esa imagen que hay de Puerto Hurraco. Sobre todo a nivel nacional, porque los medios de aquí sí dan otra imagen», sigue el padre Máximo. Él insiste en que lo que identifica al pueblo en el resto de España es justamente lo que menos identifica al pueblo. Son muy pocos vecinos, no hay lugar para la delincuencia. «La gente quiere olvidar, echar tierra sobre ese pasado», explica Manuel Tena. Cuando logran olvidar ocurre algo, reaparecen las preguntas y las cicatrices.

CicatricesCasi todo el mundo tiene un recuerdo de agosto de 1990 y de los días posteriores. Los del pueblo y los que ya no están, como el juez Casiano Rojas, que fue el instructor y se la jugó yendo a toda prisa; como el obispo Antonio Montero, que se gastó 1.000 pesetas en monedas en un teléfono público para enterarse. O como Manuel Tena, que tuvo en su mano un cuchillo de una puñalada con la que hace años empezó todo. Se podía reconstruir la historia trágica con sus historias. O contar otras cosas, contar que: «Cuando empezamos con ‘‘Operación Mato Grosso'' vino una peruana para ver el pueblo que tanto les ayudaba. Cuando estaba a tres kilómetros con el coche tuvo un accidente y se mató. Publícalo, publícalo», pide Máximo.Vale. Pero si se escribe Puerto Hurraco y asesinato, ambas entre comillas en google aparecen más de 4.000 entradas. Si se escribe Puerto Hurraco y Mato Grosso, ambas, también, entre comillas, sólo 161.

El número 10 de la calle Carrera, centro de la matanzaEsta semana Puerto Hurraco ha enterrado el pasado sin lápida ni cruz ni nombre. Un pequeño montículo en el Cementerio Viejo de Badajoz, un trozo de tierra imposible de identificar, donde hay un número caído y que pronto será pasto del olvido, aunque en Puerto Hurraco no lo crean. Es la tumba de Antonio Izquierdo, el último. Junto a su hermano Emilio dispararon y asesinaron a nueve personas hace 20 años. El número 10 de la calle Carrera (hoy muy cambiado) fue uno de los lugares más trágicos. Los hermanos Izquierdo protagonizaron masacre, se escondieron y estaban dispuestos a seguir disparando hasta el final de todos. Sus hermanas Luciana y Ángela les convencieron para hacerlo. Ambas murieron años después en el psiquiátrico. Un conflicto de lindes con los Cabanillas comenzó todo, se agudizó con la muerte de la madre de los Izquierdo en un incendio provocado en su casa y la venganza explotó años después con la masacre.