Brasilia
El legado podrido de Lula
La presidenta brasileña, Dilma Rousseff, ordena limpiar el Gobierno tras la renuncia por corrupción y fraude de cinco ministros «heredados»
BUENOS AIRES- Cuando el flamante ex presidente Lula da Silva otorgó el bastón de mando a su delfín, Dilma Rousseff, no sólo le traspasó toda su popularidad, sino que también la abandonó rodeada de una manada de lobos corruptos. Apenas nueve meses después de tomar posesión como presidenta de Brasil, Rousseff ha descubierto una agridulce verdad: la herencia de su antecesor no está siendo todo lo positiva que cabría esperar, al menos en los enredos del Gobierno. En ese corto periodo de tiempo, cinco pesos pesados del Gabinete de su mentor político, a los que heredó al asumir el poder, han debido dimitir en medio de escándalos de corrupción.
El último en caer fue el ministro de Turismo brasileño, Pedro Novais. El funcionario de 81 años miembro del PMDB, el mayor que integra la coalición de 10 partidos de Rousseff, siempre contó con el beneplácito de Lula. Sin embargo, se vio abocado a dimitir tras conocerse que utilizó dinero público para pagar el sueldo de la empleada de limpieza de su lujoso piso en Brasilia y la renta del chófer de su mujer.
Chicas con dinero público
Su situación ya comenzó a complicarse después de que la Prensa informase de que concedió 1 millón de reales (660.000 dólares) para una empresa fantasma. También fue señalado por pagar con dinero público, cuando era diputado, una fiesta en un motel a la que acudieron señoritas de dudosa reputación.
Aparte del daño político que sufre Dilma, las dudas y la incertidumbre han comenzado a planear sobre las compañías con intereses e inversiones en infraestructuras en Brasil. La gallina de los huevos de oro que ha supuesto para Brasil organizar el Mundial de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016 está siendo difícil de controlar desde el poder. La renuncia de Novais ante su insostenible situación en el Gabinete llega en medio de una crisis que atraviesa el Gobierno de Rousseff, quien desde que asumió el cargo en enero pasado perdió a otros cuatro ministros: Wagner Rossi, de Agricultura; Antonio Palocci, del Gabinete Civil de la Presidencia; Alfredo Nascimento, de Transportes y Nelson Jobim, de Defensa.
Salvo este último, todos los demás se vieron forzados a dejar sus cargos salpicados por graves denuncias, como enriquecimiento ilícito, fraude en licitaciones, tráfico de influencias y malversación de fondos públicos.
Tanto Palocci como Nascimento, hombres de máxima confianza de Lula, tenían como misión dotar de solidez institucional al Gabinete de la nueva presidenta y asegurar que las relaciones con el mundo empresarial –no en vano Palocci es conocido por sus fuertes vínculos con las finanzas– y las monumentales obras en las que se ve inmerso Brasil para recibir el Mundial de fútbol y los Juegos Olímpicos (zona de actuación de Nascimento) no dieran ningún problema a Dilma durante su primer mandato.
Por su parte, Wagner Rossi, quien ya era ministro de Agricultura en el anterior Gobierno, empleaba en una empresa estatal que dirigía en épocas de Lula a parientes de amigos y políticos.
Al margen de las denuncias, Rousseff perdió además en la cartera de Defensa a Nelson Jobim, otro ministro heredado de Lula, quien dimitió tras confesar que ni siquiera había votado por ella para la Presidencia.
Dilma ha subrayado que no cederá en la «operación limpieza ética», que dirige personalmente desde el Palacio del Planalto y que ya ha costado el puesto a un centenar de funcionarios. Hasta ahora, y según las encuestas encargadas por el propio Ejecutivo, eso le ha generado una popularidad récord. No le está saliendo mal la jugada.
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