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La Razón
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´Este artículo (o lo que sea esto que perpetro cada poco) lo estoy escribiendo con las uñas pintadas de rojo brilli-brilli. La ocasión y sus protagonistas merecen que una haga sus excepciones y por una vez mute en señoritanga. Las señoritangas estamos de luto estos días porque uno de nuestros iconos vivos fundamentales ha dejado los mandos de la política italiana. Berlusconi, Tito Silvio para las señoritangas, está ahora en parada técnica recargando maldades para regresar y volver a desplegar esa ristra de imposibles acciones si se tienen dos dedos de frente y mucho menos al frente de un gobierno de un país maravilloso. Porque lo de Tito, lejos de ser una retirada, apenas es un paso atrás para coger impulso. Servidora, que en el fondo quisiera tenerle una manía espantosa, no puede más que continuar sorprendiéndose por el desparpajo del caballero, en absoluto arrepentido por haber consumado el declive económico de Italia, sino por haberlo hecho sin un ápice de rubor o mala conciencia.

Y a mí, qué quieren que les diga pero soy así de imbécil, esa gente, desde la distancia, me parece impagable. Impagable es, por ejemplo, que se haya llevado una espada de Kazajistán y un jarrón chino (en el que, cuando se lo regalaron, dijo echar de menos dibujos del Kamasutra) de su residencia oficial como únicos recuerdos, que haya sacado otro disco más de porquerías musicales con la que le está cayendo, y que se queje precisamente de mecanismos que él ha fomentado a través de todos los instrumentos legítimos o reguleros legítimamente para perpetuarlos. Es tremendo y, sin embargo, la confianza en que el humor es parte fundamental de nuestras vidas nos dice que no es una marcha, sino sólo un escondite.

Y cuando una está a punto de perder la esperanza, va Guti y regresa a España. Ojo con Guti y con el sentimiento de quien firma con Guti que yo ya le tengo hasta simpatía. A mí de Guti no me interesan sus taconazos eternos de los que ha vivido durante años ni sus genialidades estomagantes. No. A mí de Guti ya me gusta que es casi un supervillano asusta adolescentes macizas. Que es la conciencia malhablada y sincera de otros que pasarán a la historia por impecables cuando jamás lo han sido. Que es muy de Torrejón, que adora a su madre, a la que compensa por el sufrimiento pasado en cuanto puede, y que tiene razón cuando asegura que con sesenta no se ve en una discoteca, que es ahora cuando el cuerpo le pide acogotar a seudofamosas contra la oscuridad. Y sobre todo, lo que me admira es que pueda llevar sin rubor alguno esos gorritos, esa pinta y esos peinados, y sobre todo ese bigotito que se dejó crecer un tiempo. Guti, burbuja Freixenet de estas Navidades. Porque este país, también, necesita irse de juerga.