Crisis económica
Capote para el rescate por José Manuel Cansino
Tantas veces se ha anunciado como ha quedado desmentido. En ocasiones no ha habido semana sin filtraciones de petición de rescate que luego acabaran haciendo aguas. Quizá lo preocupante no sea tanto la credibilidad de los mentideros que ese «hacerse el cuerpo» que algunos quieren inocularnos con la afirmación de que el rescate puede ser bueno y, desde luego, nada dramático. Falso.
Lo que sí resulta incuestionable, porque ahí están las estadísticas que lo soportan, es que el déficit exterior español se está reduciendo y, al mismo tiempo, el riesgo crediticio de nuestra economía. Ésta es la clave y lo que provoca una disminución mucho mas rápida de nuestra prima de riesgo, aunque sólo fuera por una lógica económica aplastante. Una lógica que se deriva de una relación fundamental entre el saldo (déficit o superávit) de la balanza por cuenta corriente española y nuestro endeudamiento externo medido por el saldo de la balanza de capitales.
Un breve apunte ayuda a entender esto. En la década de los 80 del siglo pasado y antes de que lo exigiesen los plazos de la adhesión a la Comunidad Económica Europea, el gobierno de Felipe González optó por liberalizar la cuenta de capitales para financiar el déficit público a través de los mercados exteriores. Las entradas de capital que tuvieron lugar a partir de 1989 excedieron de largo a las necesidades de financiación asociadas al déficit por cuenta corriente que había debutado en 1987. Unas entradas de capital que presionaban al alza sobre el tipo de cambio dañaban aún más la competitividad de la economía española y acabarían forzando las devaluaciones de la peseta.
En pocos años España había pasado de tener superávit en la cuenta corriente a tener, en 1992, el mayor déficit del mundo en términos relativos (4,1 % del PIB) y el segundo en valores absolutos, tan sólo por detrás del estadounidense.
Con la entrada en vigor de la moneda única, la situación vivida entre finales de los 80 y comienzos de los 90 se reprodujo con mucha mayor virulencia. En la expansión previa a la crisis desatada en 2007-2008, el déficit comercial español escaló hasta el 10 % del PIB, de nuevo el mayor del mundo en términos relativos y el segundo en cifras absolutas después de EE UU.
La gran diferencia estaba ahora en que no se podía recurrir al instrumento de la devaluación del tipo de cambio como en 1993.
Había otra diferencia respecto a 1993 y es que la sociedad española nadaba en la abundancia y no prestábamos apenas interés al grave desequilibrio exterior. En justicia y barriendo para casa, los economistas sí advirtieron de este riesgo, aunque mayoritariamente no supiesen anticipar el problema de las burbujas financieras e inmobiliarias.
Pero que el riesgo de depreciación del tipo de cambio hubiese desaparecido, no impedía que se tornase en otro riesgo igualmente grave: el riesgo crediticio. Efectivamente, aquí ocurre igual que cuando una empresa o una familia se endeuda de manera creciente; cada vez es más difícil encontrar nuevos prestamistas. Con un déficit comercial creciente y con la entrada a mansalva de capitales financieros internacionales para financiar el boom inmobiliario, la economía española ha acabado al borde de un colapso de crédito y del consiguiente rescate.
Resulta por tanto meridianamente claro que sólo avanzando por el camino de la mejora de la balanza comercial podemos espantar el riesgo de impago, a falta de recuperar un crecimiento económico positivo; ése será el punto de partida determinante para la recuperación si, además, se sostiene en el tiempo. Es igual que si una familia comienza a ingresar más de lo que gasta. Mientras esto no se resuelva, las empresas españolas tienen muy difícil acudir a los mercados de capitales a pedir prestado con garantías de encontrar quien les preste el dinero. De lo contrario, los mercados de capital continuarán cerrados.
Ninguno de los tres países rescatados ha conseguido acudir de nuevo al mercado internacional de crédito, es decir, como las familias y empresas muy endeudadas, no han encontrado ningún prestatario dispuesto a volver a confiar en sus posibilidades de devolver nueva deuda. Sólo Irlanda lo intentó tímidamente con una emisión de 500 millones de euros, a corto plazo y conociendo de antemano que los bancos amigos iban a cubrir la emisión de deuda. Todos los países rescatados siguen teniendo cerrados los mercados de capitales años después de sus respectivas intervenciones y tras planes de ajuste draconianos.
No, que nadie piense que el rescate es inocuo. Esto es absolutamente falso y, si lo dice cualquier representante político, será una irresponsabilidad más. Por tanto, cada vez que se le da un capotado al rescate con cifras como las de nuestra balanza por cuenta corriente, debemos felicitarnos.
José Manuel Cansino
Profesor titular de Economía en la Universidad
de Sevilla
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