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La Razón
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Escribía días atrás que con este Gobierno, España sólo ha solucionado los problemas que no tenía. Ahora ha puesto a votación en el Congreso una memez consistente en que sea un funcionario el que decida, si no hay acuerdo entre los padres, el orden de los apellidos de los recién nacidos cuando son registrados. Me viene a la memoria el caso de un ciudadano llamado Ramón Cabrón Grande que solicitó, mediante instancia al Ministerio del Interior, un radical cambio de su nombre. A las pocas semanas de solicitarlo fue atendido su urgente requerimiento. En la actualidad se llama Manuel Cabrón Grande, porque lo que no le gustaba era lo de Ramón. La gente es muy rara. Lo describe el epigrama, que tanto gusta recitar Antonio Mingote: «El conde don Garcés,/ tenía un lavamanos de tres pies./ De tres pies tan altos/ que el pobre conde se lavaba a saltos./ En cambio, Casimiro,/ se lava en el estanque del Retiro./ La humanidad es rara/ hasta para el aseo de la cara».

Desde que los homosexuales pueden adoptar niños o tenerlos mediante madres de alquiler, han desaparecido del Registro las figuras del padre y de la madre. Si un pobre niño tiene un padre que se llama Ernesto no puede llamar «Mamá» a un tipo que responde al nombre de Arturo. Confusión de principio. Para evitar el desconcierto, estos memos se han sacado de la manga lo de Progenitor Uno y Progenitor Dos, que también es una trampa, porque un homosexual no está capacitado para tener descendencia con otra persona de su mismo sexo. No hay progenie posible. Sociedades mucho más avanzadas que la nuestra han rechazado la zapateril majadería. Pero el asunto que ahora se presenta puede terminar con la vida de algún funcionario del Registro, a manos del padre o la madre del recién nacido presto a registrarse. Un desacuerdo paterno en lo que respecta al orden de los apellidos queda en manos del funcionario encargado de registrar al niño o a la niña. Así, por capricho, de acuerdo a quien le cae mejor, y con carácter definitivo. Se autoriza también a intercalar entre el primer y segundo apellido la conjunción copulativa «y», para concederle más importancia sonora a su recitado. De tal modo, que nuestro Presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero pasará a llamarse automáticamente Jose Luis Rodríguez y Zapatero, convirtiendo el Zapatero en un adosado de Rodríguez, que ese es su apellido. Alfredo Pérez y Rubalcaba. Queda más elegante, y en este apartado de novedades registradoras nada tendría que ver el funcionario de turno. Conflicto que nunca alcanzaría el capricho del funcionariado con Tomás Gómez, por apellidarse de igual manera en su tronco paterno que en el materno, Goméz y Gómez, y no se antoja aceptable que un Gómez tenga prioridad respecto al otro Gómez, dignísimos ambos dos.

Porque lo del orden alfabético es injusto a todas luces. Los apellidos que empiezan desde la «P» hacia abajo terminarían desapareciendo, con o sin intervención del funcionario. Un Zubialde Zunzurrunzaga, por ejemplo, no duraía tres generaciones ni por Zubialde ni por Zunzurrunzaga, que de acuerdo con la Constitución tienen el mismo derecho de supervivencia que el Abad o el Abarrategui. El simpático parlamentario de CIU, Jordi Jané, ha dicho que es mejor que una niña se llame Dolores Segura Guerra que Dolores Guerra Segura. Y para eso les pagamos. También es mejor llamarse Jordi Jané Muñecas, que Jordi Muñecas Jané, y se lo brindo gratis, para que vea.

No cabe un tonto más.