Murcia
OPINIÓN: Despertar la esperanza
Conocemos la historia de aquellos dos hombres camino de Emaús en la mañana de Pascua. Hoy día podían ser dos compañeros del trabajo, dos profesores de instituto, dos curas desanimados, un matrimonio en crisis, dos universitarios, dos amas de casa… Es igual, tanto monta. Lo cierto es que caminaban -y hoy caminan- desesperanzados, sombríos, contándose sus penas, cuando Jesús en persona, resucitado, se acerca a ellos y se hace presente. Hoy día la conversación bien podría ir en estos términos: «¿Por qué estáis tan preocupados?»… «¡Pero bueno!, ¿eres tú un extraterrestre?, ¿no ves la vida cómo está? Los problemas con los hijos, el desencanto laboral o profesional, las luchas por ser más aunque sea a costa de pisotear a otros, la crisis laboral y existencial, el paro… Ya hemos tirado la toalla, vamos ya de retiro... Nosotros esperábamos, pero...». «¡Qué necios y torpes para entender la predicación de la Iglesia! Pues, ¿no se os dijo que aquella enfermedad no era de muerte, que el pecado estaba perdonado, que existe la vida eterna, que el sufrimiento es purificación y camino de vida, que el mal y la muerte han sido vencidos, que es posible la solidaridad y el amor…?». Y así, una por una, como entonces, se iban desmoronando todas las reservas para creer de nuevo, para esperar confiados, para preparar el corazón a la mejor noticia: ¡Cristo ha resucitado!, ¡la muerte ha sido derrotada!
Los discípulos de Emaús, en huída y desanimados, encontraron quién les abriera la mente y les explicara las Escrituras. Pasaron luego de la Palabra a la Eucaristía, se les abrieron los ojos y comprendieron. También cada uno de nosotros si con sinceridad nos abrimos a los signos de los tiempos haremos experiencia propia del poder transformador de la predicación sobre Jesucristo, del triunfo de la Vida sobre el pecado y la muerte, del don del Espíritu Santo.
Quiero que esta glosa la concluya el Beato Juan Pablo II. Se trata de las primeras palabras de la carta «Mane nobiscum domine», y podrían ser un comentario al evangelio de hoy: «Entre la penumbra del crepúsculo y el ánimo sombrío que les embargaba, aquel Caminante era un rayo de luz que despertaba la esperanza y abría su espíritu al deseo de la plena luz. «Quédate con nosotros», suplicaron, y Él aceptó. Poco después el rostro de Jesús desaparecería, pero el Maestro se había quedado veladamente en el «pan partido», ante el cual se habían abierto sus ojos... En el camino de nuestras dudas e inquietudes, de nuestras amargas desilusiones, el divino Caminante sigue haciéndose nuestro compañero para introducirnos, con la interpretación de las Escrituras, en la comprensión de los misterios de Dios. Cuando el encuentro llega a su plenitud, a la luz de la Palabra se añade la que brota del «Pan de vida», con el cual Cristo cumple a la perfección su promesa de «estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo».
Luis Emilio Pascual
Capellán de la UCAM
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