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Mismidad
Leo en alguna parte que en Taiwán hay dos mujeres que se han casado consigo mismas. Inmediatamente he asociado esas dos autobodas al caso de Díaz Usabiaga, ése que dice, para no ir a la cárcel, que está cuidando a su madre, pero al que se le ve siempre solo y cuidándose a sí mismo. A mí Usabiaga cada vez me recuerda más a Anthony Perkins en «Psicosis», o sea al tipo que habla permanentemente de que debe cuidar a una madre a la que nunca nadie ha visto con él. ¿Ya han comprobado los jueces de la Audiencia Nacional si existe realmente la madre de Usabiaga y si no es él, disfrazado con una bata y unos rulos, así como dispuesto a estrangular en la bañera de un motel de Lasarte a la desaprensiva democracia que pasaba por ahí?
Decía Sender que Unamuno era un enfermo de mismidad y yo creo que ese mal está muy extendido. Hasta Rubalcaba lo padece y convoca una rueda de prensa en la que él se interroga a sí mismo en vez de hacerlo los periodistas. Él mismo con su mismo mecanismo. A Rubalcaba sólo le faltó decirse eso de «me alegro de que me haga esa pregunta». No es un caso único. Me cuenta un colega que en un desayuno que dio Cristina Fernández de Kirchner en Madrid se pasó diez minutos hablando con su propio dedo y llevándole la contraria. Lo que más le chocó fue la seriedad con la que los asistentes aceptaron esa situación, sin telefonear a los loqueros. El problema de casarse con uno mismo es divorciarse después. ¿Cómo se hace eso? Es lo que le pasa a Batasuna con ETA, o sea a ETA con ella misma.
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