Educación

Todo por los hijos

La Razón
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Por los hijos se hace cualquier cosa, empezando por el ridículo más solemne. Cuando son pequeños, porque necesitan de nuestra protección, y cuando son mayores, porque nos desvela su porvenir. Si no fuera así, probablemente el género humano aún seguiría a cuatro patas. Seamos, pues, comprensivos con aquellos gobernantes y hombres públicos que anteponen el bienestar de sus criaturas al brillo de su prestigio personal.

Ahí está Manuel Chaves, modelo de padre que lo ha dado todo sin remilgos por sus dos retoños, incluida una cartilla de ahorros que, después de 30 años sin bajarse del coche oficial, tiene menos consistencia que la sopa de un asilo de la Generalitat. Ahí están también José Blanco y José Montilla, dos cabales políticos de izquierda, que envían a sus hijos a colegios privados, y muy caros, por cierto. Incluso merece un juicio caritativo ese dirigente de la UGT llamado José Ricardo Martínez, martillo pilón de Esperanza Aguirre y abanderado de las huelgas de maestros.

El compañero Martínez es aquel que, un rapto de pedagogía, mandó al gobernador del Banco de España a «su puta casa» por un asunto de jubilaciones. Ahora ha vuelto a hilar fino al hacer compatible la numantina defensa de la escuela pública con enviar a su progenie a un colegio privado-privado, que tampoco debe de ser barato. Pero, insisto, no se los puede culpar de incongruencia. En la educación de los hijos, las esposas suelen tener la última palabra, que no siempre coincide con la del marido, por muy elocuente que éste se ponga en la barra del bar, en la oficina o en un mitin sindical. Aunque Martínez se desgañite en la Gran Vía diciendo aquello de que «la derecha margina a la escuela pública porque sus hijos van a la privada, a la de los ricos» y tal y cual, no significa que él sea rico o de derechas, sino que la parte contratante de la segunda parte tiene su propia opinión.

Lo mismo cabe decir de Blanco y de Montilla, que no sólo ejercen de solícitos padres apostando por la privada, sino que además deben corregir algunas de sus deficiencias. Al ministro portavoz, por ejemplo, le resultará incómodo comprobar que en el Instituto Británico, donde estudian sus retoños la versión histórica de la Armada Invencible o de la Guerra de la Independencia es la británica, muy poco respetuosa con los españoles. Y el ex presidente catalán, que ha optado por un colegio alemán, tendrá que hacer la inmersión lingüística en la hora de piscina. Nadie es perfecto, y los maridos, menos que nadie, que no pueden ser ni hipócritas.