Crítica de libros

Vapor de té

No pasaron muchos años desde entonces y sin embargo el mundo se parece muy poco al de cuando yo era niño.

La Razón
La RazónLa Razón

Intacta casi la geografía, cambiaron tanto las fronteras que la independencia de las viejas colonias ha llenado África de orgullo, de incertidumbre y de banderas. Escritores de viajes como Javier Reverte buscan con desesperación lugares de los que aún se pueda decir con alguna razón que son remotos, pero supongo que tendrá serias dificultades para conseguirlo porque el mundo se ha llenado de pisadas y es difícil ser uno de aquellos pioneros de mi niñez, tipos aventureros que asistían con alucinada devoción al descubrimiento de lugares en los que a veces sólo ocasionalmente habían estado el silencio, la soledad o el fuego. Siempre he sentido admiración por los tipos como Reverte, en cierto modo sucesor de aquellos otros viajeros ingleses, saturados de la monotonía social y de la etiqueta londinense, que se alejaban de la metrópoli ansiosos por conseguir el descubrimiento de cualquier sensación que les ayudase a olvidar la gripe, la portada del «Times» y el sabor del té. Tiene que ser hermoso y alentador ir más allá de donde alcance el aliento de los galgos, sobre todo pensando en que los abnegados y cotidianos tipos de diario, los que no pasamos la vida en orden alfabético, yo mismo, nos conformamos con la aventura desesperada de encontrar mesa cualquier viernes para cenar en el restaurante que nos gusta. Por mucho que la propaganda turística pregone otra cosa, ya no quedan paraísos perdidos y lo razonable es pensar que quienes se sienten pioneros lo son sólo hasta que al llegar al lugar con el que soñaban, y al que pretendían bautizar, descubren que antes que ellos ya estuvieron allí los misioneros, los usurpadores y la publicidad. En el mundo hay ahora casi el doble de países de los que yo recuerdo haber identificado en la colonial geografía de mi infancia y cuesta creer que las naciones incipientes acierten a ser originales en el diseño y en el colorido de unas banderas que cada vez se parecen más al estampado de los pijamas. De aquel mundo tan misterioso y fascinante, con sus caníbales, sus antropófagos y su bendita y salvaje ignorancia, repleto de dioses barrigudos, hambrientos y plurales, queda apenas el recuerdo de los atlas y los polvorientos vestigios literarios de aquellos viajeros ingleses que se iban a vivir su aventura africana asqueados del confort de la metrópoli y del brillo sebáceo de aquellos globos terráqueos empañados por el vapor infuso del té. A lo mejor ahora lo que necesitamos es invertir el viaje y buscar algo de luz y banderas en nuestra propia y remota oscuridad.