La Habana

Olla nevera

La Razón
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En 2005, después de tres lustros de crisis y noticias aciagas, a Fidel Castro se le ocurrió la solución: la patriótica olla eléctrica. Arrocera, frijolera, multiusos, (de tafilete, oiga)… Tremendo artefacto «made in China» con el que defender la obra de la Revolución. En un discurso que apenas duró cinco horas, Castro consagró casi la mitad a hablar sobre la magnanimidad, las indulgencias y la probidad de la olla arrocera: «En ‘‘estepaís"se consumen 750.000 toneladas de arroz y hay un instrumento de la cocina que es una maravilla y sólo utiliza electricidad. La olla arrocera cuida que esté caliente la comida (…) ella misma se apaga y gasta unos poquitos vatios para mantener el calor», aseveró el líder cubano, y luego arremetió contra los «cuentapropistas»: paladares, fabricantes privados, taxistas particulares y empresarios extranjeros, especuladores intermediarios que quisieron hacer su agosto en pesos sobre los márgenes de autonomía empresarial que él mismo concedió en los años 90. Menudas sabandijas. La olla arrocera, aseguró Castro, acabaría con ellos. Según «Juventud Rebelde», la preocupación del Estado por los utensilios de cocina «reivindica las potencialidades del modelo», pues dentro de la olla «se están cocinando muchas cosas», idea que ilustraba en una viñeta con una olla por la cual ascendía, gloriosa y alegremente ondeante, la bandera cubana. Castro también se explayó sobre las virtudes del chocolate y la conveniencia de poner en remojo los fríjoles antes de guisarlos. Recomendó asimismo que los cubanos cocinaran por turnos horarios: por ejemplo, que empezaran a guisar a las cuatro los de Pinar del Río, a las cinco los de Santiago de Cuba y a las seis los hambrientos de La Habana. Y dentro de un año, concluyó, «estarán resueltos todos los problemas de suministro eléctrico». Además, «con las sardinas en aceite venezolanas y la olla eléctrica china como soportes estratégicos, no hay que buscar más» aliados, sentenció Fidel. Siguiendo esa línea de grandes ideas de grandes líderes revolucionarios para mitigar la miseria del «Pueblo» (ese señor con gorra que no siente pero consiente), llegó Hugo Chávez poco después vendiéndole al Pueblo neveras, lavadoras y cocinas «buenas, bonitas y baratas». Y también chinas. O sea: nada de aparatos capitalistas, ojo, sino tremendos electrodomésticos de intachable pedigrí comunista. Mientras, aquí nos regalaban bombillas de bajo consumo y alto contenido en mercurio. También chinas. Ahora tenemos la reducción de velocidad a 110 km/h. Deben ser «los milagros de la Revolución». Que no cesan. (Otra cosa no se explica).