Egipto
Intolerancia religiosa
La dimisión del viceprimer ministro y titular de la cartera de Economía del Gobierno provisional de Egipto, Al Hazem Beblawi, agrava la crisis desatada por la matanza perpetrada el domingo por el Ejército contra los coptos, la iglesia cristiana egipcia. La marcha del economista, que se había incorporado al Ejecutivo el pasado mes de julio, evidencia que la revolución de Tahir, la proclamada «primavera árabe», tiene mucho camino que recorrer para ser un proceso democratizador. Todavía ayer se ignoraban las razones por las que los militares abrieron fuego contra una manifestación pacífica, ocasionando al menos 25 muertos y cerca de 300 heridos. Aunque la matanza podría ser aún mucho más grave de confirmarse las noticias que afirman que los soldados arrojaron cadáveres de coptos al río Nilo. Por el momento se sabe que la junta militar ha detenido a 25 cristianos, acusados de provocar los incidentes y que una comisión investiga los hechos. Es una respuesta que, en lugar de aportar tranquilidad, causa rechazo e inquietud entre una atemorizada comunidad copta. Los cristianos egipcios temen que la «primavera árabe» haya servido principalmente para sacar de las cárceles a los islamistas más radicales, que han tomado demasiadas veces como diana a los coptos y sus templos, y que el futuro régimen que salga de las urnas pueda suponer nuevos retrocesos en la libertad religiosa y en los derechos de los cristianos. La dimisión del ministro de Economía, que se suma a las protestas internacionales, supone también una seria crítica al Gobierno provisional por su nulo control sobre el Ejército y por el abandono en que ha dejado a una comunidad que supone aproximadamente el 10% de la población egipcia. Es lógico que la comunidad internacional, desde el presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, hasta la Unión Europea o la Casa Blanca, reclamen a Egipto garantías para la seguridad y los derechos de los cristianos egipcios. Para el Gobierno español, «la tolerancia y el respeto entre las distintas creencias son las bases sobre la que edificar la democracia» y «la armonía entre culturas y religiones es un valor absoluto que debe forjar una verdadera Alianza de Civilizaciones». Buenas intenciones que, sin embargo, chocan con la opinión de los Hermanos Musulmanes de Egipto, que creen que «no es momento adecuado» para que los cristianos hagan «sus legítimas reivindicaciones». Si, como sostienen los militares en el poder, estamos ante un proceso democrático, resulta imprescindible asegurar antes los derechos de la comunidad copta. Deben poder vivir libremente y tienen derecho a mantener sus creencias y practicarlas en la que ha sido su patria desde hace dos mil años, siglos antes de que el primer musulmán pusiera su pie en tierras egipcias. Y no parece que puedan ahora ejercer el voto en condiciones de igualdad, a la vista de unos hechos que han supuesto un retroceso real en las libertades fundamentales de los coptos. La «primavera árabe», ya sea en Egipto o en cualquier otro país islámico donde se registran intentos democratizadores, tiene en la libertad religiosa y de culto su piedra de toque. Y la brutal persecución a la que está sometida la comunidad copta revela que no hay progreso ninguno.
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