Investidura de Donald Trump
Una decepción
Julio Rodríguez, el que fuera ministro de Educación del Gobierno presidido por Carrero Blanco, tenía una mujer, Mariperta, que mandaba una barbaridad. Julio Rodríguez le negó el saludo al cardenal Enrique y Tarancón en el duelo del almirante asesinado por la ETA. Los allegados decían que lo había hecho «por orden de Mariperta». Y el fallecido Fernando Abril tenía a doña Marisa, mujer de carácter e influyente, que gustaba más de la política que la inolvidable Amparo Illana, que callaba ante las decisiones de Adolfo Suárez que no compartía.
Me contó en una cena en «ABC», que una noche se atrevió a darle un consejo político a su marido, algo decepcionado por una actitud de su amigo y vicepresidente Abril Martorell. «Cesa a Fernando y nombra a Marisa, y así te evitarás estos disgustos».
La mujer, que en su papel de consorte, más ha mandado en la política en los últimos siglos fue la señora de Moyano, don Claudio, ministro de Fomento con Narváez. Cuando comunicó a su esposa que había sido cesado, ésta le arreó una bofetada mientras le decía: «Y a casa no vuelves hasta que recuperes el cargo». Y lo recuperó. A ver quien era el guapo que no lo hacía.
Carmen Romero no se metió de lleno en los avatares políticos, si bien accedió a presentarse por Cádiz al Congreso, consiguiendo su escaño gracias a los votos de «los jóvenes y las jóvenas». Y a la mujer de Aznar, Ana Botella, la política le priva, y en ella se mueve en la actualidad con el respaldo de las urnas, que es un respaldo decentísimo. Y está el «enigma Sonsoles».
Doña Sonsoles nos hizo creer que se sentía como un ruiseñor enjaulado en La Moncloa. O tiene muy poca influencia o le ha tomado el gusto y la medida a su jaula de oro. Sus palabras, que hicieron públicas sus más allegados, nos abrieron la ventana hacia la luz. Se desprendía de ellas su intención de convencer a su marido, el actual Presidente del Gobierno, de lo beneficioso que resultaría para ella y sus hijas la recuperación de sus libertades. Esa recuperación sólo se haría patente si su marido decidiera ceder los trastos y dejarnos en paz a los españoles, incluidos centenares de miles de sus votantes. Pero nada. Cada día que pasa están peor las cosas, y ninguno de los políticos consistentes del PSOE se atreve a abrir la boca. Braman contra él a sus espaldas, pero se muestran genuflexos, cuclilleros y desnucados en su presencia. En España gobierna un reconocido incompetente, y Sonsoles lo sabe. Creo que el actual Presidente es una persona ejemplar en lo que respecta a la unión y defensa de la familia. Esposo enamorado y óptimo padre, aunque no vigile el vestuario de sus hijas cuando le acompañan al hogar de los Obama en Washington. Ahí está el futuro y la felicidad. En la conquista de nuevo de la libertad, en las tertulias familiares, en los buenos momentos que se pasan con los amigos en los leoneses bares de la juventud perdida. Pero Sonsoles no insiste, y me da que pensar. Creo que sus aireadas pesadumbres por vivir en La Moncloa pueden responder a una campaña de imagen. Porque, en verdad, su marido no lo puede estar haciendo peor y doña Sonsoles nada tiene de tonta. Me ha decepcionado. Creí en ella. Me arrepiento. Prefiere su poder a nuestra ruina. Muy mal, Sonsoles.
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