Sevilla
Madrid también se rinde
- Las Ventas (Madrid). Novena de San Isidro. Se lidiaron toros de la ganadería de Núñez del Cuvillo, y un sobrero (5º) de Carmen Segovia, desfondado. Desiguales de presentación, algunos muy justos. Los tres primeros, descastados; el 4º, con clase y casta; el 6º, bueno. Lleno de «no hay billetes».- El Juli, de verde botella y oro, pinchazo, estocada (silencio); estocada caída (oreja con protestas).- Sebastián Castella, de grana y oro, estocada (aplausos); estocada trasera, aviso (silencio).- José María Manzanares, de nazareno y oro, estocada (aplausos); estocada (dos orejas).
El ambiente era hostil. A Manzanares se le esperaba, porque los ecos de Sevilla, Jerez y Valencia hacían mella en la curiosidad. Pero Madrid es otra cosa. Es más fácil estrellar un torero, hundir una faena que sacarle en volandas. Ayer Manzanares manejó la situación. Nos manejó el corazón como quiso y nos deleitó hasta robarnos el alma en el centro del ruedo, en la suerte suprema, a la que no fue a buscar. Esperó su encuentro. En el centro de la plaza, en el ocaso de la tarde, a un punto del anochecer, en el fulgor de la magia, embriagados ya todos de su toreo. Y en ese segundo, expectación máxima, casi desnortados, perdida ya la hora de cierre... Se perfiló Manzanares, llamó al toro, le esperó, encuentro inolvidable y estocada en la yema. En lo más alto del toro. En la cima de Madrid se había puesto ya contra todo pronóstico José María Manzanares en un año para la historia. Moría la tarde, despeñada en parte, precipitada en parte, agonizada en parte... Elevada a su gloria, y la nuestra al borde de las miserias. Manzanares nos indultó de la decepción. Y lo hizo despacito, hasta emborracharnos, nunca a golpe de chupitos, alcohol del bueno. Y con un toro de Núñez del Cuvillo. Otra vez. La eterna historia. Bendita sea. Creyó en «Trapajoso», que desmontó a Chocolate del caballo de picar con una violencia asombrosa. Suavidad de seda entregó el torero en la muleta. Sin preámbulos, ligazón, derechazos, qué belleza. Pero Madrid no regala, mide, exige, y a las figuras, por dos. Aguantó el tirón y derramó torería y un viaje al otro mundo en los derechazos. No encontró el hueco por naturales y en un cambio de mano, la cogida que sufrió fue espeluznante: un trapo a merced del Cuvillo. Recuperó un hilo conductor que tuvo en el temple, la largura y la suavidad los argumentos para que Madrid quedara grabada como la próxima conquista. Y así fue. El estoconazo, desafiando las leyes al buen toro de Cuvillo, en el centro. Tan bello, tan artístico, tan torero, le hizo abrir de par en par la puerta grande, todavía caliente por la que un día antes había salido Talavante. La inmensidad del toreo recreada en 20 minutos. De la nada al todo. Se esmeró en buscar los caminos con el descastado tercero, pero el laberinto se despejó a última hora.
Oreja para El Juli
El Juli se llevó un oreja del otro toro con posibilidades. Vivió el madrileño la otra cara. Cuando detrás de la rotundidad, se esconden las exigencias. Se le protestó el premio. La faena de Julián fue imponente. El esfuerzo de concentración, de depurar la técnica no pasó por alto. Y Madrid crujió por olés cuando el diestro ligó la humillada embestida de la res con dos cuartas de la muleta arrastrada por la arena. La expresión del muletazo era brutal. La nota negativa es que la espada cayó baja. Asomaron pañuelos por los tendidos y antes de que llegara el calentón de verdad, se le fue la mano al presidente. Sabor agridulce para Julián, que sí estuvo a la altura del Cuvillo.
La tarde había empezado cuesta arriba, mejor dicho el día. El cartel estrella. El baile de corrales matutino sirvió a la empresa para hacer limpieza. Nada ofreció el primero a El Juli y mucho se protestó la escasa presentación del segundo, para Castella. El francés se topó con un lote sin opciones. Después, llegaría la bendición de esa puerta grande. Un milagro si nos lo dicen a las siete y media de la tarde. Manzanares, qué gran torero eres. Y se fue por allí, en volandas, dueño del tiempo, la distancia y la torería.
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