Crítica
Cuenca medita por Gonzalo Alonso
Hoy empieza la Semana de Música Religiosa de Cuenca, que cumple 50 años coincidiendo con los cuatro siglos de la desaparición de Tomás Luis de Victoria. Nació en 1962 de la mano de Antonio Iglesias, su primer director técnico.
Ayudado por Odón Alon- so, diseñó programaciones que apostaron por la música española, con estrenos y encargos a casi todos nuestros compositores. Veinte años después y con más medios, tomó el relevo Pablo López de Osaba. Permaneció hasta 1993 y su labor fue digna de elogio, inscribiéndolo en la Asociación Internacional de Festivales. En la XXXIII edición empezó una nueva andadura con la dirección artística de Ignacio Yepes que coincide con la inauguración del Auditorio de Cuenca, la apertura de un seminario de investigación, la reapertura del Instituto de Música Religiosa, la presentación de la Orquesta de Cadaqués como residente del Festival y la presencia de Radio Nacional.
Pero se produce un descenso, tanto en lo artístico como en la audiencia. Antonio Moral le sucedió en 2001 y su actual directora es Pilar Tomás, sin poder recuperar el público perdido, quizá porque se ha perdido el espíritu inicial música-procesiones, para desbordarse en un festival que trata más de justificar a su organización que de servir al público. Estrenarán Jesús Torres y Manuel Millán, para cerrar la semana con la «Segunda» de Mahler, Orfeón Donostiarra incluido, en el Auditorio. Un despropósito, puesto que no es recinto adecuado para la sonoridad de la obra. Muestra el problema: ajustar la programación a lo que requiere Cuenca y sus espacios. La salida de Caja Madrid en 2012 –hablaremos de sus otras salidas de «lo» cultural– obligará a una reconsideración que era ya necesaria.
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