Manhattan

La bestia en Manhattan

El atentado de hace diez años ha marcado el futuro de la humanidad. Hasta Barack Obama, que iba a ser el renovador político, no ha podido desenredar las guerras de Irak y Afganistán ni cerrar Guantánamo 

Agobiados por el fuego, sin salida, algunos decidieron tirarse de las Torres Gemelas. Diez años después, la imagen aún sobrecoge
Agobiados por el fuego, sin salida, algunos decidieron tirarse de las Torres Gemelas. Diez años después, la imagen aún sobrecogelarazon

Hace diez años los personajes itinerantes de John Dos Passos en «Manhattan Transfer» quedaron congelados en su peripatesis, cuando los cielos se volvieron de cemento. La «Pesadilla de aire acondicionado» de Henry Miller fue un leve sueño evanescente para quienes pensaban tomar un brunch en «The Four Seasons» en la última planta de la Torre

Este del «World Trade Center». Aún hoy distintos laboratorios estadounidenses intentan identificar un millar de desaparecidos en el ataque, un tercio de las víctimas en las Torres Gemelas: un minúsculo trozo de uña, una porción de polvo o de cenizas infiltradas por humores humanos, una pieza de carne como el botón de una camisa, una muela… Ese millar de personas que quedaron pulverizadas en el derrumbe denota la fortaleza y la brutalidad de la agresión.

La politología desplazó a la filosofía el 11-S, y sólo es rescatable en «Dostoievski en Manhattan» del francés André Glucksmann, teórico de que la humanidad se mueve por golpes de abominación nihilista propios de la patología social del escritor ruso. Se sabe quiénes lo perpetraron e inspiraron, pero la coordinación de los cuatro vuelos comerciales sobre Manhattan, el Pentágono y el dirigido a la Casa Blanca o al Congreso, caído en Pennsylvania, es un misterio moral hasta para el fundamentalismo coránico.

El presidente George Bush Jr. estaba entre los alumnos de una escuelita sureña cuando un ayudante le pispeó las primeras noticias procedentes de Nueva York City, y se vio por televisión cómo congelaba su rostro la estupefacción: por primera vez estaban siendo bombardeados los EE UU continentales. Fue trasladado hasta un sitio secreto.

En Europa el análisis de la política estadounidense es grosero, pero en nuestra España es esperpéntico, y personas de supuesta formación intelectual creen que el Partido Republicano es algo así como nuestro Partido Popular y el Demócrata, un trasunto del PSOE.

Ni sabemos ni podemos entender que Abraham Lincoln era republicano, y su oponente, el presidente de la Confederación, Jefferson Davis, demócrata. Los del partido del elefante siempre han sido intervencionistas en el exterior y los del burro, aislacionistas.

Bush Senior hubo de liderar la «Tormenta del desierto» porque la expansión de Saddam Husein sobre las fronteras de sus vecinos tiradas a escuadra y cartabón por la descolonización británica era surrealista. Claro que importaba el petróleo de Kuwait, como la integridad de Arabia Saudí, pero la primera guerra de Irak no fue estrictamente imperialista. Bush Junior pensaba dedicar su Presidencia a la política interior y en aquella escuelita entendió que le habían convertido en un caudillo militar, papel para el que no se había preparado. Tenía que hacer lo que nadie quería: invadir Afganistán, cuenco de llanto de Alejandro Magno, ingleses y soviéticos.

La izquierda europea de gabinete defendió la impunidad de Saddam, sicario del Baaz, un partido literalmente nazi, y la verdad es que el pistolero ni tenía armas de destrucción masiva ni buenas relaciones con Al Qaida, aunque era, sí, una amenaza real para Israel. «Libertad duradera» fue una guerra evitable pero imprescindible en el caos posterior al 11-S.

Teorías conspirativas
El hombre prefiere el vacío al fuego y cuando los oficinistas de las Torres Gemelas rompían los cristales y se arrojaban por las ventanas, la progresía internacional urdía la infamia de que el ataque era una argucia del Mossad y de los petroleros estadounidenses para demonizar al mundo árabe y el islam, difundiendo la insensata patraña de que los trabajadores judíos del «World Trade Center» habían recibido recado de no presentarse al trabajo.

Mientras en el barrio de chalecitos de Queens creían estar ante una alerta de guerra biológica por la aparición por correo postal de un sobre con esporas de ántrax, en una redacción de Madrid tenía que sufrir las risitas de unas periodistas supuestamente compasivas y encantadas en su pétreo antiyanquismo de unos EE UU sumidos en el horror y la confusión. El 11-S quedó como un día de infamia desplazando a Pearl Harbour.

El asesinato de Ben Laden fue como otra desaparición en las torres hasta para los abolicionistas de la pena capital. El de hace diez años fue tal crimen moral que ni Barack Obama ha terminado de desenredar dos guerras ni ha podido cerrar el limbo jurídico de Guantánamo. Al Qaida es la podredumbre infectando todo lo que roza.