Literatura

Barajas

De vuelta (y media) por María José Navarro

Dicen los propietarios de algunos hoteles de postín que la cosa empieza a animarse. Ojo, que ni son pensiones ni hostales con baño compartido: son hotelacos en primera línea de playa donde viene una señora a media tarde para abrirte la cama y para dejarte una toalla encima con forma de cisne.

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Aseguran los directores de estos establecimientos que, por primera vez en los últimos tres años, los tienen a tope para esta Semana Santa, es decir, parece que empieza el baile de nuevo.
Así que Vds., que son unos «gambiteros» y unos manirrotos, se van a echar en las próximas horas a esas carreteras de Dios y a mí me parece fenomenal, si no fuera porque hay que volver. Hay que volver, señores, y lo peor es que muchos de Vds. deberán hacerlo por Madrid, que es esa ciudad donde el aire está tan sucio que la moda del tendedero «Indoor» se ha transformado ya en disciplina olímpica.

Atrás quedaron los patios de luces y el intercambio de calcetines con el vecino, nada, la ropa se seca en pleno comedor porque es mejor que huela a rebozado que a mugre. Deberán volver muchos de Vds. por Madrid, esa ciudad donde el alcalde es un señor que ama la música clásica pero al que molestan los vagabundos de los bancos de esas plazas que nos ha hecho el señor alcalde con muchísimo cemento y pocos árboles, un estilo urbanístico incompatible con el «homeless», oigan. Y volverán Vds. por Madrid y con suerte lo harán entrando, saliendo o pasando en su propio coche y podrán comprobar lo amables que son los conductores y lo comprensivos que son con los de fuera y sus despistes.

Pero si llegan Vds en tren o en avión, amiguitos, les espera lo mejor. Les espera la cola. La cola para coger un taxi, ese agujero negro, ese misterio insondable, ese enigma científico. Se ha descubierto la secuencia del ADN, agua en Marte, el colisionador de Hadrones, el genoma de la uva «pinot-noir» y el mielero que no gotea, pero no se ha dado aún con la fórmula para que una cola sea una cola y no un coladero. Porque está una haciendo cola en Barajas o en Atocha y la gente se cuela. En tus morros, zas, se cuela. Se cuela, te deja atrás, se coloca, se va antes a su casa y cuando te toca a ti, el encargado de señalar tu turno (una profesión bien moderna) te tutea, te manda al quinto pino, y, cuando llegas, el taxista, encima, está «enfadao». Felices vacaciones, optimistas.