Castilla y León
Camino Schmidt la historia de la sierra
El recorrido, que se extiende desde el puerto de Navacerrada hasta Cercedilla, se realiza en aproximadamente dos horas y 45 minutos. Es de dificultad medio-baja
Esto es un homenaje sin tapujos a todos aquellos que, hace cien años, sudaron la gota gorda por mostrar al mundo las excelencias de la Sierra de Guadarrama. Puede que todo lo que conozcamos ahora de los picos y valles que decoran la frontera de la Comunidad de Madrid y Castilla y León sea fruto de las horas que pasaron allá arriba una serie de personajes ilustres. El más ilustre fue, sin duda, el madrileño Constancio Bernaldo de Quirós. Y uno de los más recordados fue, cómo no, el austriaco Eduardo Schmidt. A principios del siglo XX dos asociaciones de montañeros comenzaron a explorar la zona: el Twenty Club, que se transformaría más tarde en el Club Alpino Español, y Los Doce Amigos, que se convertiría en la Sociedad de Alpinismo Peñalara. Precisamente este montañero austriaco era el socio número trece de esta última sociedad, que presidió Bernardo de Quirós durante sus siete primeros años. Él fue el que descubrió, diseñó y señalizó esta senda en 1926 con el fin de unir el puerto de Navacerrada y el albergue (centro social) de su club. La sede del club ya no es la misma. La función original del camino se perdió. Sólo queda el inmenso regalo que dejó Schmidt pintado de amarillo. El Camino Schmidt (que está incluido en el programa oficial de la Consejería de Medio Ambiente, Vivienda y Ordenación del Territorio de la Comunidad de Madrid) parte desde el puerto de Navacerrada (se puede acceder en tren desde Cercedilla), desde donde hay que dirigirse a la Venta Arias para alcanzar la pista de esquí de El Escaparate. Allí comienza la senda y allí comienzan las marcas amarillas en los troncos de los árboles. El lugar suele estar bastante concurrido, pero en momentos de silencio se puede disfrutar de un hilo musical tremendamente sincero y con sabor añejo: la banda sonora original compuesta por las acículas de los enormes pinos silvestres. A lo largo de la ruta hay evidencias claras de que los socios del Club Alpino Español y la Sociedad Peñalara no fueron, sin embargo, los primeros en dejar la huella de sus zapatillas en estos escondites. Con total seguridad algún siglo antes pasearon por allí en sandalias, pues el excursionista atraviesa en su viaje una calzada y dos puentes romanos. Les homenajeamos también a ellos por su interés en la zona, aunque no se sepa si guardaban oscuras intenciones. Sus construcciones, siempre fieles a su estilo y siempre tan duraderas, completan la fotografía tradicional de esta aventura. Para completar la senda hay que emplear aproximadamente dos horas y tres cuartos, la dificultad es de nivel medio-bajo, se extiende desde el citado puerto de Navacerrada hasta Cercedilla y en ella se van alternando las praderas, los pinares y las vistas inmortales de los picos y valles que la rodean. Gracias pues, a los romanos, a Bernardo de Quirós, a Eduardo Schmidt y a sus compañeros. Ahora viene lo más difícil: conseguir entre todos que dentro de otros tantos siglos pueda haber alguien más homenajeando y agradeciendo los esfuerzos en el cuidado de este regalo marcado de amarillo.
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