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«Comer o soñar» por Paloma Pedrero

La Razón
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Siempre he pensado que la gente que come mucho, normalmente con ansiedad, es porque no tienen un mundo interior satisfactorio. Es una manera de verlo nada científica, pero tampoco descabellada. Hay en esta mirada algo de experiencia personal. Yo como mucho más cuando estoy apagada que cuando estoy luchando por cumplir un sueño. Creo que comer es uno de los grandes placeres que nos ha dado la naturaleza. En los humanos es, además, un acto complejo. No sólo comemos por necesidad, también hay algo formal en la elaboración de los platos que nos proporciona un placer estético. Está muy bien vivirlo. Está bien gozarlo, como hay que gozar de todo lo que tenemos para ello. Sin embargo, como decía antes, pienso que comer desmesuradamente refleja una descompensación en nuestra vida. Siempre se ha hablado del alimento espiritual, que así es. Si lo espiritual es una actividad cotidiana se abre menos la nevera. Si lo intelectual también lo es, se olvida uno algo del estómago. Si lo emocional, que también es un ejercicio muy complicado, se practica sin tregua, la comida se disfruta sin exageraciones. Lo dicho, creo que cuanto más vivos estamos en lo emocional, espiritual e intelectual, menos necesitamos atiborrarnos en lo digestivo. Por eso a mi, personalmente, las personas muy gordas, sin enfermedad física que lo justifique, me generan desconfianza. El barrigón es un signo de abandono. No del cuerpo sino de la vida. Es como si tirásemos la toalla en el territorio de la sensualidad. Es como si nos dejásemos rendir por la existencia canalla, que tiende a inmovilizarnos, y nos aferrásemos al placer más fácil, el de la comida. Renunciando a los sueños. A soñar que si seguimos aquí es para hacer algo. Algo por los otros.