Francia

Deneuve: Vuelve la dama de hielo

Deneuve Vuelve la dama de hielo
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La fidelidad se conjuga mal con los tiempos que corren. Es un valor algo obsoleto, acaso periclitado. Sin embargo, Catherine Deneuve es fiel a sus directores. O sus directores lo son a ella. A la que profesan, en muchos casos, una suerte de admiración. Arnaud Desplechin es uno de ellos. Pertenece a esa nueva hornada de realizadores franceses cautivos del icono y de su «savoir faire». Antes, otros ínclitos nombres la adoptaron como musa: Buñuel, Truffaut, Polanski o Jacques Demi, quien la dirigió en «Los paragüas de Cherburgo» (1964), la película que supuso un punto de inflexión, la que le mostró que su destino era el séptimo arte. También la que dio a conocer al mundo a una joven tímida, de rubia melena, casi angelical, que ya entonces fusilaba con su glacial mirada. Después de una primera colaboración en «Reyes y Reina» (2004), Desplechin vuelve a ella para confiarle un papel de peso en «Un cuento de Navidad». Deneuve es Junon -o Juno, en español-, nombre de la diosa mitológica de la maternidad y protectora de las mujeres. Toda una paradoja para una madre poco común. Junon es la matriarca de una familia «bastante loca, pese a la tranquilidad aparente de un reencuentro navideño», explica la actriz, y que lejos de estar bien avenida aprovechará la circunstancia para ajustar cuentas. Deneuve protagoniza una desgarradora historia de desamor filial confeso y recíproco. Una atormentada crónica en la que se resucitan viejos pero profundos litigios familiares y en la que todos sus miembros se hablan con aspereza, casi con crueldad y se entregan a un fuego cruzado de invectivas. Crudos reproches Se entregan a un fuego cruzado de reproches sin límite. «Me gusta ese tono corrosivo que emplean. Se dicen con crudeza las cosas que son importantes», como cuando se refieren sin nombrarla a la muerte. Lo declaraba la actriz en una entrevista a «Le Figaro», el pasado mes de mayo durante el Festival de Cannes, en el que la cinta no logró hacerse con la Palma de Oro pese a ser una de las favoritas. Es una madre «coraje» y amantísima, también castradora, que por amor engendró a un segundo hijo con la esperanza de salvar al primero, aquejado de un linfoma. Pero la médula ósea de Henri no será compatible y Joseph, el primogénito, morirá. El amor cederá entonces frente al desamor. Ante la desafección que Junon prodigará durante años a ese hijo, oveja negra y descarriada, que frustró entonces sus deseos y esperanzas y al que es capaz en un momento de la película de proferir un indiferente «No te quiero». Incluso sabiendo que el destino es irónico y que, enferma de leucemia, es ella quien ahora necesita de él. «Ella es sincera -explica la actriz- y se lo dice así porque es como lo siente, pero no creo que haya un desamor total». Las clases de amor Una escena que por transgresora y poco convencional, le resultó de lo más placentero interpretar: «Me gustó porque es verdad que es algo prohibido, casi un tabú decir a sus hijos que no les quieres cuando se supone que desde que nacen tienes que amarles. Es como si estuviéramos programados para ello, pero el amor materno no es innato». Como no lo es tampoco el filial cuando la progenitura compite con el amor desmedido de un matrimonio. «Los niños nacidos de este amor tan fuerte en una pareja lo notan, resulta muy difícil para ellos encontrar su lugar y se sienten excluidos», explicaba la actriz en Cannes. A sus 65 años, y acostumbrada a que la califiquen de secreta y distante -ella prefiere «discreta y púdica»-, Catherine Deneuve sigue alimentando su aura de misterio. Con más de cien películas, no deja de reinventarse, de explorar los universos de nuevos y jóvenes directores y de, fielmente, volver junto a realizadores como Téchiné, que la ha dirigido en seis ocasiones. En su último trabajo juntos, «La fille du RER» que se acaba de estrenar en Francia, Deneuve es la madre de una adolescente mitómana enfermiza.