Barcelona

«El fin de la Unión Soviética acabó con la grandeza del ballet ruso»

El bailarín y director del Mariinsky-Kirov actúa el 4 y 5 de agosto en el Liceo

Farukh Ruzimatov fotografiado el primer día que pisó el Liceo
Farukh Ruzimatov fotografiado el primer día que pisó el Liceolarazon

BARCELONA- El ballet ruso es una institución. Su prestigio se fomentó en la época de los zares y su belleza era tal que es prácticamente lo único del imperio que protegieron los leninistas y stalinistas tras la revolución. El Gran Teatro del Liceo acoge el 4 y 5 de agosto a una selección de los mejores bailarines de compañías como el Bolshoi, Mariinsky-Kirov o Stanislavsky. El veterano Farukh Ruzimatov es uno de sus máximos reclamos. Nureyev, Barishnikov, la pregunta es, ¿todavía quedan estrellas masculinas dentro del ballet ruso?–Debuta en el Liceo, ¿qué le parece el teatro?– Bueno, es la primera vez que vengo a Barcelona, y la impresión del mar ya ha sido fuerte. La atmósfera teatral del Liceo es increíble, la he sentido la primera vez que me he asomado a la platea y eso es vital para crear un vínculo especial con el público.– ¿Cuál es su papel dentro de este «all stars» de bailarines del ballet ruso?–Es un montaje que reúne diferentes obras. Yo realizaré dos piezas, fragmentos que trabajé en su día con Maurice Béjart, en homenaje al gran coreógrafo belga –¿Tuvo una relación estrecha con Béjart?–Lo conocí en 1986, cuando vino a trabajar a San Petersburgo, en un proyecto con el ballet Mariinsky-Kirov, en el que yo era el bailarín principal. Desde entonces ha sido muy importante en mi vida y mi carrera y lo llevo en el corazón. Me encantaba trabajar con él. Miraba a los bailarines y sabía de antemano qué podía sacar de ellos, cuáles eran sus fortalezas y debilidades.– ¿Su relación con los coreógrafos ha sido siempre tan buena?– Ojalá. No, siempre es una relación complicada, un choque creativo que a veces puede sacar lo mejor de ti, como con Béjart, o lo peor y desear largarte del teatro, lleno de frustración. – ¿El ballet ruso sigue siendo el referente de la danza clásica?–Es complicado. Antes de 1990, en la antigua Unión Soviética, el ballet ruso era muy grande, compacto, riguroso. Después, la mayoría de bailarines se fueron del país y el ballet ruso empezó a desmembrarse. Lo que está claro es que sigue siendo una referencia, pero ya no tiene esa hegemonía ni el nivel de perfección de antaño.–¿La propia Rusia ha perdido interés por el ballet?– En las ciudades grandes, en Moscú o San Petersburgo, hay muchas escuelas privadas, pero las características, el espíritu, el orgullo del ballet de la época de los zares, eso ya es historia.– ¿Qué le llevó a usted a la danza clásica?–Mis padres me inculcaron el amor a la danza y me llevaron a la escuela. Los dos primeros años estaba perdido, no entendía qué era aquello, pero durante el tercer curso comprendí el sentido del teatro y empecé a amar el ballet. Tenía doce años e interpreté «Don Quijote». Dulcinea me abrió los ojos. (ríe)–¿Nunca ha querido participar con coreógrafos de danza contemporánea?–Me hubiese gustado, pero piense que empecé a bailar en 1981 y entonces nuestro país estaba cerrado al mundo occidental y estábamos limitados al repertorio clásico. Ahora el mundo ha cambiado. Pude trabajar al menos con Béjart. También he colaborado con Roland Petit y he hecho cosas de William Forsythe. Me encantaría, por ejemplo, trabajar con Nacho Duato, creo que es un coreógrafo muy interesante.– ¿Cuánto de actor tiene o ha de tener un bailarín?– Todo, bailar es siempre actuar.