Asturias
El lector en manos de Ariadna
El lector que inicie la lectura de la octava novela del uruguayo (aunque residente en Asturias desde los diez años) Manuel García Rubio puede pensar que es un ejercicio de ese género tan actual de la literatura dentro de la literatura, o incluso que se va a encontrar con una ensalada de múltiples sabores, desde el culebrón a la novela experimental. Y hete aquí que el lector ya se apresta a enfrentar la dura labor de ejercer la lectura posmoderna, donde la inteligencia suple a la verosimilitud de los personajes. Una sustancia hostilY en eso está el lector cuando, casi sin darse cuenta, García Rubio le va inoculando su historia, que no siempre es la historia que quiere contar su personaje, Urbano Expósito, y que a veces ni siquiera parece la historia que quiere contarnos García Rubio. Quizá es alguien que, influido por una ramplona enseñante de escribidores con el florido nombre de Simondebovuá, quiere pergeñar una novela para hacer como que escribe un guión de cine o quizá es un provinciano que llega a Madrid y tiene que servir de amanuense de un anciano, Avellaneda, para ayudarle en la escritura de sus diarios, y que está torturado por su relación con su hermano y un amigo. O quizá, como dice Avellaneda, es una reflexión sobre la sal (vid. pags. 163, 189, 191 y 333), esa sustancia que convive hostil pero necesariamente con el agua, tan unidas entre sí como la historia y el individuo. La historia se inicia con la vida del padre de Urbano, un hombre oscuro que fue abandonado en una inclusa madrileña, y que inició en la rectitud y la honestidad excesiva a sus hijos. Pero también cuenta con el personaje de la señora Gladstone, a medias entre la casada de El Graduado y la Stone, entrecruzadora de piernas, en unas cuantas tomas en la Gran Noche del Ritz. Y, por supuesto, con continuas referencias al mundo del cine. Incluso una película, bastante desconocida, «Carne de fieras» (con interesantes desnudos y que fue rodada en la España republicana durante la guerra, y que ha visto el que escribe estas líneas) será uno de los elementos introductores de esta narración, que también es una novela, a su estilo y modo, de las llamadas «novelas de la Guerra Civil». Porque García Rubio ha creado un laberinto, pero cuyo hilo de Ariadna acaba por entregar al lector, sino que pronto compartirá el parque de atracciones y la casa de los terrores en que se va convirtiendo la existencia rocambolesca de Urbano. Al fondo, quizá la parábola de una España contemporánea atrapada entre la memoria y el olvido, pero también la descripción de unos personajes arrastrados por un destino que, como en el teatro clásico, fue sembrado antes de su nacimiento. La pasión, el equívoco, lo fatal, como piedras angulares de unos seres hechos de sal y agua, que nacerán del error y morirán también en el error, pero en un zoo social donde la vida destruida es el destino natural de quienes parecen fantasmas o imágenes de un «boudoir» cinematográfico, y que el lector terminará leyendo con la piedad que finalmente pidió el presidente Azaña para una España hecha de hostiles y hermanos agua y sal.
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