Estreno
El otro doctor Mengele
Director: Niels Arden Oplev. Intérpretes: Noomi Rapace y Michael Nyqvist. Guión: N. Arcel y R. Heisterberg según el libro de Stieg Larsson. Suecia/Dinamarca, 09. Duración: 152 min. «Thriller».
¿Cómo conciliar la conciencia po- lítica con el «torture porn»? Eli Roth invirtió miles de litros de sangre en la saga «Hostel» para ilustrar la venganza de la vieja Europa contra los ingenuos colonizadores americanos y Stieg Larsson invirtió la misma violencia –eso sí, desde una contención típicamente sueca– para denunciar la hipocresía de su país en esta primera entrega de la saga «Millenium». La adaptación al cine del «best-seller» , escrupulosamente fiel al original, ahonda en esta idea tan contemporánea de sacar el polvo de los cadáveres de la memoria histórica para delatar a quienes, escondidos tras la máscara de una falsa neutralidad, cometieron crímenes que quedaron impunes bajo el síndrome de la raza aria. Nos encontramos ante un «thriller» que pretende sacar a la luz las herencias del nazismo en la sociedad sueca, un «thriller» vagamente político protagonizado por un periodista que se transforma en detective privado y una detective privado que es, también, hacker y bisexual, y carga con un tenebroso trauma infantil.Primer problema: al protagonista, en exceso pasivo como héroe, se lo come con patatas su pareja de baile, esta internauta profesional tan capaz de controlar los impulsos sádicos del funcionario de la condicional que la vigila de cerca como de tomarse la justicia por su mano cuando las cosas se ponen feas. No es extraño que, tras una mortecina hora inicial que transcurre a la sombra de «Blow Up», el filme eleve su temperatura corporal cuando Lisbeth Salander (Noomi Rapace) se incorpora a la investigación que Blomkvist ha iniciado por encargo del multimillonario Henrik Vanger. ¿Objetivo? Descubrir qué ocurrió con la nieta de éste, desaparecida misteriosamente 40 años atrás. Segundo problema: que a la película le cuesta admitir su condición de pastiche «eurotrash» que suple los agujeros de su guión con un desmelenado desvío hacia el «giallo» que despertaría la envidia del mismísimo Argento. Sus dos horas y media pueden resultar disuasorias, pero los que no se dejen intimidar por el metraje disfrutarán de un delirante clímax (casi) final situado en una cámara de los horrores digna del doctor Mengele.
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