Cataluña
El paseíllo
Cuando asomó por la puerta de cuadrillas José Tomás recibió una de las ovaciones más atronadoras que uno recuerda. De hecho, el paseíllo, desmonterado, del diestro de Galapagar tuvo magia y una emotividad de la que no se despegó en toda la tarde. Su encerrona arroja un balance estadístico triunfal. Todo se había concebido como un gesto y como una gesta. El público, partidario incondicional del torero, se ha entregado y ha jaleado cada atisbo o verdad con el capote y la muleta. Seguramente la tarde no ha sido para tanto si la examinamos con la mirada analítica de cada toro, cada lance o cada serie irregular de muletazos. La electricidad ambiental, la hermosa pasión que se ha vivido en el ruedo y en los tendidos, no se ha visto del todo acompañada por seis faenas con menos fondo que forma. José Tomás ha matado los seis toros, ha planteado técnicamente y como una pugna psicológica los seis envites a cada uno de los astados. Pero de la memoria de esta tarde, planteada como histórica, queda alguna trincherilla, unos delantales y algunos bellísimos naturales muy despaciosos. Por encima de la disección y de la descripción forense de la corrida sobresale la hermosa pretensión de José Tomás de reivindicar la Fiesta, y de reivindicarse a sí mismo, en tiempos donde casi nada vale nada y sobre todo en la tauromaquia para Cataluña. Los fantasmas creativos del genio han encontrado al menos un nuevo argumento para seguir buscándose y para indagar en la feroz belleza del toreo. Cuando José Tomás era materialmente zarandeado para salir por la puerta grande de la Monumetal barcelonesa todavía no se habían extinguido los ardores y los olés roncos de su legión de partidarios. El 5 de julio de 2009, fue el día en que José Tomás mató seis toros.
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