Barcelona
El Sónar más multicultural echa a bailar
El siempre aclamado Jeff Mills abre el certamen
El Sónar abrió ayer sus puertas y las multitudes entraron. Con orden, con mucha amabilidad y en múltiples idiomas. Hacía mucha calor, la gente iba veraniega, y los complementos eran el no va más. Había gafas en forma de corazón, collares de Hello Kitty, tatuajes de dragones, de ratones y de un búho con un yo-yo, cintas del pelo con reloj incorporado, bolsos, incluso bigotes postizos o boliches para hacer malabarismos. El espectáculo estaba en el público, la música en los escenarios, y nadie se quejaba, sólo que no se sabía dónde mirar. La primera jornada del Sónar dejó claro su espíritu cosmopolita. Los ingleses tenían sus grupos, los franceses también, los españoles, lo mismo, los americanos, todavía más, los finlandeses, alguno habría, también, y los etíopes, no es seguro que hubiese uno entre el público, pero si lo había, también. La diversidad fue la tónica.El primero en abrir fuego fue uno de los clásicos, Jeff Mills, que en su visita anual al Sónar apareció bajo el nombre de Wizard. Después de llevar a las masas el tecno vía Detroit, regreso a sus orígenes e hizo un set de casi dos horas de hip hop. No sorprendió, pero ofreció un repertorio cálido, de ritmos rotos, donde incluso cupo el «Pump up the volume» y demostró que también sabe ser divertido y popular.A la misma hora, el etíope Mulatu Astatke & th Heliocentrics hizo creer por un momento que Tito Puente le había dado por resucitar y pasarse al xilofón. El afrojazz no desentonó dentro de la amalgama de músicas que es el Sónar. Eso es lo bueno que tiene, todo es tan raro, que cuanto más desplazado del tópico, mejor. Mucho viento, mucho «groove» y mucho inglés que creía que estaba en un anuncio de piña colada.AbstracciónLos que querían más abstracción y más ruido, en el SonarHall aparecieron Roland Olbeter, Tim Exile y Jon Hopkins, un combo angloalemán con robots con pinta de saxofones destrozados por una pisonadora que daban vueltas sobre sí mismos y conseguían hacer un ruido atronador. Un poco después, en La Capilla, el omnipresente Joe Crepúsculo se unió a la Estrella de David y Los Telemáticos para ofrecer su pop de sintetizadores de aire retro. Si Pedro Almodovar y Macnamara hubiese saltado al escenario para cantar «Gran ganga, gran ganga, es de Teherán», no hubiesen desentonado, salvo por el hecho de que los músicos llevaban camisas a cuadros, barbas espesas y muy poca moda en las venas.El finlandés Luomo tomó el relevo con esa electrónica que hace equilibrismos entre el «house» y el «homeless» directamente. La tarde la cerró Konono nº1, desde El Congo y con mucho amor.
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