México

En el campo de batalla de Artaud

Antonin Artaud transformó el dolor físico en desgarradoras imágenes sobre papel. En Madrid puede verse ahora una selección.

En el campo de batalla de Artaud
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Rostros enfermizos y primitivos. Manchas siniestras, gritos en la noche, miembros amputados, pesadillas resucitadas en el papel, convertido en un campo de batalla. Ver la exposición sobre Antonin Artaud (1896-1948) en la Casa Encendida tiene algo de paseo sobrecogedor y asfixiante por el lado más oscuro de uno de los locos más geniales de la cultura del siglo XX. Artaud fue actor, poeta, pintor y hombre de teatro en su vertiente teórica. Ha pasado a la historia como un artista maldito y una mente iluminada del teatro experimental. Comisariada por Marta González Orbegozo, la exposición se detiene en su obra plástica (retratos de amigos, autorretratos y escenas surrealistas con referencias a su paso por psiquiátricos) y exhibe 35 de los 406 cuadernos que le sirvieron de laboratorio para desarrollar ideas y pergeñar buena parte de los dibujos que ahora se pueden ver en Madrid. Su vida estuvo marcada por una temprana enfermedad. A los 16 años sufrió los primeros síntomas de alienación y de delirio, que le llevaron a vivir encerrado en psiquiátricos durante nueve años y a recibir tratamiento con opiaceos para calmar los terribles dolores por todo el cuerpo. Se hizo adicto a ellos por necesidad casi hasta el final de sus días. «Su vida no se puede entender sin el dolor», comenta la comisaria, quien asegura que la obra más fascinante de Artaud fue él mismo, «un hombre dotado con el don de la poesía». Tras salir de la clínica psiquiátrica, abandonó su Marsella natal para trasladarse a París en 1920. Allí recibió la bendición del pope del surrealismo André Breton, pero Artaud no duraría más de dos años. Era un pájaro libre. Así que arrimó las alas al teatro y al cine, dos de sus pasiones. Llegó a protagonizar con éxito a Marat en el «Napoleón» de Abel Gance, y también fue el confesor de «La Pasión de Juana de Arco» de Dreyer. Sus textos sobre dramaturgia fueron recogidos en 1938 en el libro «El teatro y su doble». Nervios y corazón Postulaba la liberación del actor en contra del teatro burgués basado en la interpretación del texto: «Tenemos necesidad ante todo de un teatro que nos despierte: nervios y corazón». Eso es lo que asoma en algunas de las fotografías que le hizo Man Ray, también en la exposición. En ellas se ven las secuelas de un ser atormentado y vertiginoso, que abominó de Occidente (vivió varios meses con los indios tarahumaras en México) y que al final de su vida dedicó sus esfuerzos a seguir pintando y redactando textos de inspiración mística, escritos bajo la influencia de San Juan de la Cruz, la Cábala o Baudelaire. Aquellos dibujos trazados, en su mayoría, en el psiquiátrico de Rodez, con los papeles que le daba el doctor Ferdière, estaban realizados de pie. De todos ellos destacan us propias retratos («hechos sin espejo») en los que se ve un rostro envejecido, un iluminado que exprimió la vida a golpe de impulsos, genio.