Literatura

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En un mundo de mujeres

La Razón
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Las virtudes que, según la Academia Sueca, le han hecho merecedora del premio Nobel a Doris Lessing (Kirmansha, hoy Irán, 1919) por su «capacidad para transmitir la épica de la experiencia femenina y narrar la división de la civilización con escepticismo, pasión y fuerza visionaria», se ponen en entredicho en su última novela, «La grieta». Al menos si se consideran dichos rasgos de forma convencional, pues Lessing ha inventado esta vez su propia civilización, o mejor dicho, ha supuesto, en una especie de ejercicio de ciencia-ficción prehistórica, un mundo ancestral donde la hembra manda sobre el macho. El texto podría ser el paradigma de la literatura feminista, y cuesta entender por qué habrá atraído tanto –tanto como para hacer de ello una ficción narrativa– una noticia que la propia escritora menciona en una nota inicial y que vio en un artículo científico, en el cual «se comentaba que el ancestro humano originario y primordial era probablemente una mujer, y que los varones habían aparecido después, como una especie de ocurrencia cósmica posterior». Tal idea, añade, coincidía con un pensamiento que llevaba tiempo rumiando, esto es, que el hombre es «una variación segunda. Carecen de la solidez de las mujeres, quienes parecen estar dotadas de una armonía natural con el devenir del mundo».

 

Idealización

Estamos de acuerdo en que el sexo débil es el masculino en verdad, pero semejante idealización de la mujer constituye, además de un exagerado supuesto, un asunto literario poco atractivo si no se asienta en un argumento novelesco. Y es que el lector de Lessing quedará desconcertado, si no defraudado, ante «La grieta», exposición de estampas del tiempo de las cavernas: «Los varones pescaban peces y los cortaban con los cuchillos elaborados a partir de las conchas, recolectaban frutos de los árboles y se aseguraban de que las muchachas, y el bebé cuando lloraba, estuvieran alimentados» (pág. 85). Así, el texto es explicativo y conjetural, y lo que tiene de narrativo son aspectos interesantes para el escritor –recurso del manuscrito hallado, punto de vista paralelo– pero no para el lector.

El planteamiento resulta llamativo, pero cae en su propia ambición; con unas gotas de mitología grecolatina, más un símil con la loba y Rómulo y Remo, Lessing muestra cómo sería un mundo de Evas sin Adanes; a las primeras las denominará «féminas»; a los segundos, «monstruos». Pero éstos son casi inexistentes, pues las también llamadas «grietas» los entregan a las águilas, que los devoran al nacer. Tal cosa se cuenta en un documento que ha caído en manos de un investigador romano, quien a su vez cuenta la historia que interpreta tras leer cómo es ese lugar, «la Grieta», llena de «grietas» (mujeres) y «Guardianas de la Grieta» cuya característica es tener una «pequeña grieta rosa» en el lugar donde los «monstruos» violadores tienen un «chorro». Lo instintivo-sexual será el acicate para que los hombres consigan la supervivencia pese a la crueldad de esas mujeres.

La autora, que sufre problemas de espalda, no podrá acudir el próximo día 7 a recoger el premio sueco, recibir «in situ» el millón y medio de dólares y pronunciar su discurso. Ni siquiera ha grabado su intervención, como Harold Pinter y Elfriede Jelinek, sino que será su editor el encargado de hablar por ella. En este hábito compulsivo de dar premios que hay en Europa, la más beneficiada ha sido la autora de «El cuaderno dorado»: desde 1954, cinco años después de trasladarse de Rodesia a Londres, cuando le fue otorgado el Somerset Maugham Award, el caso es que, en Francia, Italia o en nuestro país –XI Premio Internacional de Cataluña en 1999 y el Príncipe de Asturias de las Letras en el 2001–, Lessing ha acaparado trofeos continuamente. El último, el Nobel, que valora, aunque yo diría supervalora, la larga trayectoria de esta anciana escéptica y mordaz.