Sevilla

Eso las flores

¿Hay algo más prodigioso que olvidar los fríos, nieves, granizos y vientos con la alfombra verde de las primeras dehesas de Andalucía?

La Razón
La RazónLa Razón

César González-Ruano dedicó en ABC todo un artículo a un hecho fundamental. Habían florecido los almendros. El Director del periódico de los Luca de Tena en aquellos momentos era Luis Calvo, un genio tronante, un cascarrabias portentoso y un iluminado con luz propia. Descolgó el teléfono para llamar a Ruano. No estaba en un buen día. Resaca airada. –César, tu artículo de los almendros en flor, monísimo. ¿Pero a quién coño le importa que los almendros hayan florecido?–; Ruano conocía a Calvo, y sabía de sus golpes impetuosos. –Cálmate, Luis. No conozco a nadie que no le importe que hayan florecido los almendros. ¿Te figuras lo que pasaría en el mundo si un año los almendros no florecen? ¡Hombre, Luis, no me decepciones!–. Y Luis Calvo, un gran periodista y escritor –en aquellos años la Literatura con mayúscula se reunía en ABC –, comprendió el mensaje. Y publicó el artículo de César. Y resultó un éxito.Nos empeñamos en ocasiones los escritores en aburrir a quienes nos leen. Estoy de Garzón, Zapatero, la crisis, los espionajes, Urkullu, las elecciones y Penélope Cruz hasta los mismísimos. Los mismísimos que los lectores elijan a su antojo. Vuelvo de Sevilla. Pronuncié una conferencia sobre el nacionalismo vasco y Arzallus, invitado por «El Mundo de Andalucía», al mismo tiempo que mi periódico, LA RAZÓN, convocaba a los sevillanos en el renovado «Hotel Colón» para que oyeran y preguntaran al gran Javier González Ferrari, Presidente de Onda Cero, que tuvo, según la Junta de Andalucía, diecisiete asistentes menos que los reunidos en mi acto, celebrado en el «Meliá-Los Lebreros». Pero éxito total. Con independencia de los actos culturales, el milagro experimentado por mi humilde persona, principió en las dehesas que de Puertollano a la Sierra de Córdoba dan la bienvenida a Andalucía. Y ya en Sevilla, 27 grados de primavera alzada, con el azahar a un beso de estallar y los jacarandas preparándose para vestirse de azules y violetas. Eso, el milagro de Andalucía. Que estábamos un día en el «Pepe» de Ondarreta, San Sebastián, un verano de aguas torrenciales, y Alfredo Álvarez-Pickman, sevillano genial, británico de aspecto y nostálgico de su tierra del alma, casado con mi cercana parienta Rosario Urquijo Federico, víctima de la depresión que acentúan las lluvias inacabables, le dijo a su mujer, como quien no quiere la cosa –Rosario, mañana me vuelvo a Sevilla–; y ella, con raíces en Llodio y donostiarra estival de siempre, enamorada de la bóveda húmeda de nuestro norte de España, le soltó de golpe: –¿Y qué vas a hacer en Sevilla con cincuenta grados a la sombra?–; a lo que Alfredo –campeón del mundo de pesca de atún y más aún del ingenio rápido–, respondió. –¿Y a ti quién te ha dicho que voy a estar a la sombra?–.Me topé en Sevilla, una vez más, con la primavera adelantada. Se asoman las flores de las buganvillas. Las mujeres van como truenos por sus calles. Y han florecido todos los almendros, los prunos y los cerezos. Blanco y rosa es el paisaje de Andalucía, de Córdoba a Sevilla. Y yo me pregunto. ¿Hay algo más prodigioso que olvidar los fríos, nieves, granizos y vientos de este último invierno, con las flores de los almendros y la alfombra verde de las primeras dehesas de Andalucía? En nuestra amada tierra vasca anuncian que va a estallar el odio del nacionalismo perdedor. Sevilla compensa la amenaza con el estallido del azahar en sus naranjos. Y han florecido los almendros. Dios no nos ha olvidado.