Nueva York
Esto sí que es Magritte
Bélgica dedica un gran museo a uno de los pintores surrealistas más importantes, uno de los creadores de imágenes que forman parte de la cultura moderna
Todos los tópicos sobre el hombre gris y anodino, un belga por los cuatro costados, pueden transformarse en un artista que marcó una forma antimoderna de estar en la modernidad, sin inmutarse, como quien se pone a transgredir desde la salita de estar y afirma que el progreso era un disparate. Es decir, sin quitarse el traje, la corbata y el bombín. Fue un fabricante de objetos que poblarían el imaginario cultural, de iconos, como suele decirse ahora. René Magritte es un artista perfecto para el «mechardising»: nube, mar, pipa, casa, sombrero, paraguas. Todos los objetos conocidos del reino del pequeño burgués pintados con precisión infantil y supuesta inocencia aunque con intención de perturbar porque ninguno de ellos está donde le corresponde. No en balde, dos artistas fundadores del Pot Art, Warhol y Rauschenberg, fueron compradores de su obra convencidos de que las imágenes nos habían traicionado y que Magritte era el gran instigador: si una pipa ya no le era («Ceci n'est pas une pipe»), tampoco una lata de sopa.Pocos artistas del siglo XX dejaron tan perfilado su mundo de imágenes. Magritte es uno de ellos, y el Museo Magritte que abre sus puertas el próximo 2 de junio en Bruselas es un ejemplo de espacio reservado a alguien que, incluso en el disparate, presenta una coherencia implacable: pintar es pensar, decía, y a este juego nos invita. Situado en el centro de Bruselas, el Palacio Altenloh, un edificio del XVIII, ha sido restaurado para acoger más de 200 obras procedentes de los Museos Reales de Bellas Artes. Un museo dedicado a un artista que representa tanto para Bélgica junto a otros «raros», Hergé y Simenon.Al parecer, René Magritte (1898) era un niño algo «raro», dado a la escatología y a matar animales. Su madre se suicidó cuando él tenía catorce años. Se arrojó al río y su cuerpo apareció con la cabeza cubierta por las ropas, una imagen que repetirá en su pintura. Hay quien dice que la madre no aguantaba al hijo. Siguiendo esta leyenda, se dedicó a pintar cuando, al salir un día del cementerio, vio a pintor con un caballete trabajando. La madre muertaLa misma tenebrosa biografía cuenta que, aunque no lloró a la muerte de su progenitora, sí lo hizo cuando vio por primera vez una pintura de Giorgio de Chirico, el artista que más le marcó. Todo su mundo esta envuelto de misterio, demasiado, pero lo único cierto es que era un surrealista a su manera que se propuso sacar de debajo del bombín el potencial poético de los sueños y que, mientras tanto, se ganaba la vida con la publicidad, algo que evidencia su estilo sincrético y efectivo. Pero no todo fue fácil. Magritte era miembro del grupo surrealista belga, pero necesitaba la confirmación de Breton en París. Escribió en «La Revolution Surrealiste» sobre su intención de desatar la relación que une la imagen a las palabras, incluye texto en las pinturas y descubre la metamorfosis, cuando los objetos cambian la materia de la que están hechos, de ahí que una mujer pueda ser madera o pájaro de piedra. Pero no se sintió querido por Breton y harto de las peleas del grupo surrealista volvió a Bruselas, ciudad que dejó en contadas ocasiones. Su vida en el barrio de Jette con su mujer Georgette y su perro Loulou es en sí misma la escena de uno de sus cuadros. Su manera de responder a la ocupación alemana fue cambiar el estilo y dedicarse a una especie de impresionismo a lo Renoir, con mucho color, humor y alegría, una manera de negarse a la tristeza y al orden impuesto por los nazis. También se afilió al Partido Comunista, pero lo dejó pronto porque no compartía las ideas estéticas de sus camaradas. Magritte ya había expuesto en Nueva York en 1936, tenía un marchante que vendía su obra, pero le quedaba triunfar en París. Ante la falta de ayuda de Breton, lo hizo en una pequeña galería y presentó una de sus obras más disparatadas, conocidas como la etapa «vache»: pinturas de colores ácidos, deformes. No vendió una.Este pintor que se inspiraba en dibujos de revistas, en cuentos de Allan Poe, en la fotografía que él practicaba, que creía que el arte podría cambiar el mundo y a quien el dinero no interesaba ha sido un gran creador de imágenes modernas.
Los murales de KnokkeLa huella de Magritte se nota aunque es silenciosa. Está en cafés como «La fleur de papier doré», donde solía ir a jugar al ajedrez; está en el barrio de Jette, donde vivió muchos años y ahora puede visitarse la casa de este pequeño burgués que desconfiaba de las ideologías y prefería los bailes de disfraces con sus amigos el jardín mientras rodaba una película. También tuvo que comer, así que aceptó encargos públicos como los murales para el Casino de Knokke, de 1952, lugar donde cualquier belga con dinero quisiera tener una casa, compuesto por ocho grandes pinturas, compendio de su obra.
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