Córdoba

Experiencia demostrable: 700 horas

Experiencia demostrable: 700 horas
Experiencia demostrable: 700 horaslarazon

A fecha de hoy, el récord de Rocío Peláez estará igual más cerca de ochocientas horas que otra cosa, pero lo mismo da que tiremos por lo bajo: a sus 21 años, puede presumir –cosa que no hace– de un currículo plagado de mordiscos a la parrilla televisiva. Dispuesta a comerse el mundo, comenzó a hacerse un hueco en la multipremiada serie andaluza «Arrayán» hasta que, desde Madrid, alguien se fijó en ella como una de las protagonistas de «Yo soy Bea» (Telecinco). Sin tiempo casi para hacer la maleta, para cambiar un guión por otro, Rocío dejó Málaga y se instaló en la capital. Lo que, a capítulo diario y sumando ambas series, da un total de horas tan de vértigo como la cifra que titula estas líneas.Dicho esto, aquí sigue la actriz, convertida en Adriana de lunes a viernes y con el petate listo cada fin de semana para escaparse al sur, donde siguen su familia y amigos. En lo que llega el camarero, Rocío nos cuenta que nació en Priego de Córdoba, y que fue allí donde comenzó el runrún de «quiero ser artista». Del teatro callejero y las improvisaciones a pie de pista saltó a Murcia, donde comenzó sus estudios de interpretación hasta que le surgió la primera gran oportunidad de su vida en Canal Sur. Intermedio. El camarero ha llegado y nos pregunta qué va a ser. Como el restaurante se llama Big Fish, la comanda es clara: pescado en tropel. Un par de cigalas para comenzar, pez espada y arroz negro acompañados por un vino blanco nos servirán como excusa para seguir la charla, que debe ser rápida porque Rocío tiene que salir pitando. El veterinario la espera, ya que a Fellini y Fandango, sus dos gatos, les ha llegado la hora de perder un poco de virilidad. Nada grave, no se apuren.Fin del intermedio. Aunque en la web que tienen sus «fans» (www.rociopelaez.net), se adivinan proyectos de cine y algún que otro cortometraje, Rocío reconoce que la tiranía de las series diarias le ha impedido, de momento, dar el salto a la gran pantalla. Pero quiere hacerlo, claro que sí. Mientras llega el día, ella continúa preparándose, y, a la experiencia que da pegarse madrugones imposibles para rodar, suma unas cuantas horas de entrenamiento en la escuela de Juan Carlos Corazza y otras tantas dedicadas a leer todo lo que cae en sus manos. Madrid la tiene atada, pero no ha calado en ella tanto como su tierra que tanto le tira. Por eso será que sueña con retirarse un día y volver al sur, incluso a costa de abandonar la casa que comparte con Fandango y Fellini, ese apartamento para tres con terraza colosal y vistas a la plaza de toros. Fin del capítulo. Un brownie para compartir se convierte en el preludio del fin, antes de que Rocío salga disparada rumbo al veterinario. Pero pronto nos la encontraremos de nuevo. Y por la puerta grande del cine, ya verán.