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La canción del verdugo

La Razón
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El hombre de la ficha policial fue un pistolero a quien nunca le tembló el pulso cuando de apretar el gatillo se trataba. Felipe Sandoval (1886-1939), que nació marcado en los arrabales de Madrid, existió, y «El honor de las injurias» cuenta su historia.
–Su cinta consigue construir un retrato muy minucioso de este verdugo desconocido.
–Intenté que fuera cercano, lo que no significa caer en la hagiografía o la condena, sino situar los actos de su vida para que ofrezcan una imagen suya sin cargar las tintas y con sobriedad.
–También ofrece un completa mirada de la guerra civil.
–La objetividad al 100% no existe ideológicamente; por otro lado, aunque des mucha información sobre alguien, se trata de jirones de una vida. Deseé que estuvieran todos los hilos de la trama, lo que resultaba difícil de separar de asuntos como la miseria o el fanatismo. Es una tela de araña que refleja la complejidad de un momento tan turbio que puede despacharse con una determinada posición moral.
–¿Qué le atrajo y qué le provocó mayor rechazo del anarquista?
–Resulta complicado realizar una biografía de alguien sin establecer cierta empatía. Me interesaba sobre todo el tema humano, quién fue la mujer de Sandoval, dónde vivió, y esa información te da pistas. Luego está el elemento clave, su confesión. Yo tenía las 70 páginas que escribió, su manera de expresarse, de pedir piedad.
–¿Sólo mató por la política?
–El franquismo lo achacaba a un «impulso criminal», hoy se llamaría «psicópata», aunque no lo comparto. Era un movimiento que utilizó la violencia. La mayoría de los crímenes perpetrados por él fueron órdenes que recibió, en su caso no se trató de venganzas personales. Es un verdugo que obedece a la organización. Claro que para hacer ese tipo de actos debes de estar hecho de una pasta especial .
–La época también era especial.
–Desde que nace está sometido a la violencia y tiene problemas con la justicia, existe un resentimiento social hoy difícil de entender. Fueron años violentos por el conflicto frontal entre las ideologías: hay que exterminar al enemigo. Pero los crímenes no son ni mejores ni peores según quién los cometa. En la República ocurría esto e incomoda comprobarlo.
–Parece obligado hablar ahora de la memoria histórica...
–Ese concepto no me gusta nada, la memoria es personal e intransferible, y la historia la conforman actos corales. «El honor de las injurias» es un relato inmerso en un tiempo, no pretendo establecer lo que pasó. La memoria se muere con cada hombre, y hay tantas memorias históricas como seres sufrieron aquello. Todas son valiosas con independencia de dónde les tocara estar. Otra cosa sería los testimonios individuales, en donde existe una discrepancia lógica. Es arriesgado unificar las experiencias de todas las generaciones.