Sevilla
La conquista
A Morante se le ha cruzado la conquista definitiva de Sevilla, veremos si va acumulando más corazones en lo que queda de temporada, y ayer lió una buena. Con las palmas de las manos meció las arrancadas del tercero, moría la tarde ante el descastamiento de los juampedros. Lo hizo por verónicas, sin lances de tanteo. Una, dos, tres... hasta el tercio donde abrochó con una media de ensueño. Pareció acabarse lo bueno. Comenzó el trasteo Morante con frescura, pero sin destellos, hasta que el misterio inundó la Maestranza poquito a poco. Muletazos de terciopelo, el torero más que asentado, sintiéndose en la cara del animal, frente a frente, un duelo de calidad, de profundidad, de encuentro. La reunión de lo intenso. Se fue largo, larguísimo, eterno, tres faenas cabían en aquélla. Logró el milagro. De la nada había agolpado de pronto todo lo que mueve la magia del toreo. Y lo hizo despacio, de espaldas al tiempo. ¿Acaso hay medida para lo bueno? El público, que andaba más pendiente de la feria, acabó por meterse de lleno en la faena a un toro que en sus manos fue a más, a mucho más. Hasta pareció otro. Marró con la espada. No había derecho. Delito encerrado en ese pinchazo de hielo. Quebró el sueño. Adiós al trofeo. Todavía así hubo de darse una vuelta al ruedo entre palmas agitadas ante el torero. Morante, su Sevilla y por Farolillos. Ganado el reto. Y menos mal, el resto resultó un puñetero desastre.
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