Cádiz

La delicadeza en el PP

La Razón
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Rita Barberá lleva un bolso de Louis Vuitton. Esto es estilo, aunque se lo haya regalado «el Bigotes». El objeto no cuenta tanto como el obsequiante. Pero ¿estamos seguros? Para ello se acude a los tribunales, que sirven para un fregado y un barrido: dilucidar obsequios como trajes a medida y bolsos. Valencia se pierde y no precisamente por lo hortera, sino lo contrario: los excesos estéticos. «Por delicadeza he perdido mi vida», escribía el poeta Rimbaud. Mal se conjuga con las fallas y el petardeo. Pero si alguien asoma la cabeza por la ciudad quedará sorprendido: ha crecido y bien, se ha remozado con buen arte y no sólo de Calatrava. «El Bigotes» se ha convertido en una pesadilla que una «garganta profunda» va desgranando, pieza a pieza, en el periódico madrileño «El País», que no es amarillista. Ninguno lo es a estas alturas, aunque venda, cuando logra vender, por el escándalo. De ahí que se grite tanto en alguna tertulia de Tele 5 por esas cuestiones de falda y sexo que es lo que verdaderamente interesa a las españolas, porque ellos andan desorientados sin un mal partido de fútbol que llevarse a los ojos. Los comentarios sobre fichajes dan de sí lo que dan; más bien poco y más próximos a las páginas de economía que a las de deportes. Nos entretenemos con las motos –tan hispánicas– y los conciertos al aire libre para quienes hayan podido salir de vacaciones. Henos aquí, pues, ante un grave problema nacional –que lo es- la corrupción, como lo es en Francia, en Gran Bretaña y florece con ramajes propios en Italia, cuyo presidente, campeón de sexo, es recibido por los más altos dignatarios con toda suerte de gracietas, aunque de sobras sabe que harán algún día leña del árbol caído. El fondo del asunto –que no se quiere abordar– se encuentra a mayores profundidades y consiste en un problema al que ningún partido se atreve a hincarle el diente: su financiación. Los partidos que nos representan más o menos (más bien menos) disponen de un aparato caro: liberados, campañas de publicidad para elecciones municipales, autonómicas, nacionales, congresos, asesores, parafernalias que valen sus euros contantes y sonantes. Las dotaciones que se consiguen vía presupuestos no lo cubren. Hay donaciones, pero éstas pueden suponer corruptelas. De ahí que, mientras nos entretenemos en si el bolso de Rita Barberá es Louis Vuitton o Pierre Cardin, miles de millones de euros se dirigen mansamente a las arcas de los bancos y cajas que han sido, véase como se vea, los responsables de la mala gestión de la economía. En las alturas han existido delicadezas de todo signo, comenzando por un Gobierno socialista que decide bajar impuestos a los más ricos y volatilizar el de patrimonio. Las desigualdades se han incrementado según puede comprobarse haciendo trizas una clase media que, tal vez, votara a su aire, como le conviniera, poco fiable, por consiguiente. Los juzgados entenderán de delicadezas, pero la financiación de las organizaciones que se montan (partido está en el campo semántico de parte, pero también de parto) defienden intereses. Claro es que la forzada unanimidad del anterior régimen es peor. Y que para delicadezas sólo hace falta observar cómo se las gastan en los EEUU que, a las claras, otorgan su dinero –dinero es poder– al político que mejor defiende «sus» intereses. Aquí, nuestra generosidad responde a viejos esquemas de la Constitución de Cádiz, la Pepa. Los ciudadanos generosos deseamos felicidad para todos. Rita Barberá sabe ya lo que le cuesta un traje a Camps.